Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.30 Jun 18 Mateo 8, 5-17
Vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.» Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo.» Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quién soy yo para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Y al centurión le dijo: «Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.» Y en aquel momento se puso bueno el criado.
Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»
Lo repetimos impresionados y de corazón, pero no le damos, creo la debida importancia. Yo misma, les voy a confesar que lo digo y lo creo. Pero desde me pasaron algunas situaciones me di cuenta de que no soy digna. Así lo creo de verdad. Sin embargo, no tenía coraje para decir “di una palabra y seré salvada”. Estoy pensando en reciprocidad – hice eso y merezco aquello -, Jesús no es así. No es por mérito, es por misericordia, compasión, comprensión. Lo repito completo agradecida. Me di cuenta de que no quería hacerlo por orgullo. Ahora lo hago por arrepentirme y confiar.
Jesús era un caminante, seguido por su grupo de hombres y mujeres (Magdalena, Susana, Juana, por ex.) y antes de entrar en Cafarnaúm estaba en el monte lo que le gustaba quedarse para rezar y buscar conocer la voluntad de Dios. Volvamos. Al entrar en Cafarnaúm se le acercó un centurión.
¿Quién era ese señor? Un romano, un hombre de poder y exigencias, casi todo lo contrario de Jesús. Sin embargo, tenía una semilla de bondad en su corazón. Estaba preocupado con la salud de uno de sus siervos y pese su posición de superioridad creía en lo que le contaban de Jesús. Y la semilla de bondad floreció. Le pidió a Jesús la sanación de su siervo aun a sabiendas de que no lo merecía por criterios puramente humanos.
Jesús no dudó un solo instante. No le importó que fuera un enemigo y perseguidor de su pueblo, sino que alguien sufría y necesidad de su ayuda, además de reconocer la humildad y la fe del centurión. ¡Y que fe! Sin que nadie le dijera nada el centurión supo en su interior que Jesús no le iba a juzgar y le creyó.
“Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande”. No importa golpear el pecho y asegurar su fe, Jesús la reconoce en los corazones y en las acciones, como preocuparse con alguien más humilde, como aceptar el pedido de quien no es de su pueblo porque nos ve a todos como hermanos y hermanas.
Ese trozo de Mateo nos es muy conocido porque todas las misas y en eventos eclesiales importantes solemos decir: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabras”…