Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
31 Dic 12
Juan 1, 35-42
“Este es el Cordero de Dios”
En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que quiere decir, “Maestro”— ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» —que quiere decir, “Piedra”.
En el hermoso texto que comentamos hoy, Juan nos relata la experiencia de los primeros apóstoles sobre su “encuentro con Cristo”. Y lo hace señalando a Jesús como el cordero que quita los pecados; el mesías, el que el pueblo de Israel espera.
En los colegios católicos, al menos en los que se están educando mis nietos, se acostumbra hacer cuando son muy pequeñitos, una jornada de “Encuentro con Cristo”, experiencia que desgraciadamente a los mayores no nos tocó. Al igual que los primeros apóstoles, los he visto volver fascinados de su experiencia.
Hoy en día, especialmente en las sociedades más prósperas del mundo, parece ser que la fe en Dios está en segundo plano. Hay muchos que piensan que la fe cristiana es un invento. Ponen en tela de juicio la palabra de Dios y se ríen hasta de los que creen en ella.
Un tiempo atrás, una persona me decía que ahora los jóvenes tienen todo lo material que es posible, por eso no necesitan de Dios y se olvidan de la iglesia. Me parece muy probable. Y no sólo los jóvenes, cada día más incluso los mayores no necesitamos de Dios, más que cuando nos encontramos en una situación extrema. Basta con ir a cualquier iglesia un día domingo; pero ¡cómo nos apuramos con pedir ayuda de un sacerdote cuando vemos la muerte inminente de un familiar! ¡O buscamos ayuda de Dios cuando algo nos aflige! Utilizamos nuestro tiempo en las cosas que nos hacen sentirnos bien. Porque nosotros comenzamos a ser los dioses de nuestra propia vida.
Sin embargo, la lectura de hoy nos muestra mediante un sencillo relato, el momento en que los discípulos hallan al mesías, que es para mí lo más importante de este relato. A la pregunta de Jesús ¿Qué buscáis? Ellos responden ¿dónde vives?, con lo que ven, deciden quedarse con él, lo que confirma que ven en él al maestro que buscan. Yo me pregunto, ¿cómo sería la mirada de Jesús para que los discípulos decidieran seguirlo hasta la muerte? Esa es la maravillosa experiencia del encuentro con Jesucristo. Y más importante aún es que estos discípulos, reconocen la bendición que ahora tienen al afirmar: “Hemos encontrado al Mesías”.
¿Hemos encontrado nosotros también a nuestro mesías? ¿Reconocemos la bendición que significa ser un hijo de Dios? ¿Reconocemos cuáles son las tareas que como cristianos, seguidores de Jesús se nos invita a realizar? Al igual que los discípulos, quien se moviliza buscando a Jesús, lo busca, va tras él, puede vivir plenamente esa bendición en sus vidas.
En épocas de los apóstoles y hasta hace no pocos siglos, seguir a Jesús era muy diferente. Ser cristiano era una cuestión muy activa que podía generar sufrimiento, penas, privaciones, persecuciones, cárcel y hasta tortura y muerte. Hoy, y en nuestra cultura, muy pocos son llamados a defender su fe con sus vidas. Personalmente pienso que no somos cristianos de menor calidad porque no pasamos los sufrimientos de la gente de antaño. Por alguna razón, Dios nos colocó en un lugar bendecido donde podemos ejercer nuestra fe sin el sufrimiento de otras generaciones, por lo que tenemos grandes motivos para agradecerle a Dios y valorarlo.
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