Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
17 Abr 14
Juan 13,1-15
«Los amó hasta el extremo»
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?» Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.» Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.» Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.» Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios. «Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
Recuerdo haber pasado los feriados de Semana Santa de mi niñez en el campo y haber ido a la iglesia del pueblo cercano a cumplir los rituales propios de ese tiempo litúrgico preconciliar . Puesto que no se trataba de Roma ni de Cholula, nos veíamos obligados a entrar y salir siete (o ¿nueve?) veces de la iglesia parroquial para completar las consabidas visitas al Santísimo que se hacían el Jueves Santo. También recuerdo la tentación de risa que nos daba mi primo Ernesto, a sus siete años vistiendo bombachas y botas de gaucho, taconeando sobre el piso de la iglesia cada vez que entraba y salía de ella. Lejos de las pampas de mi niñez, hay rituales que no caen en desuso, tales como las procesiones con penitentes y flagelantes propios de la piedad popular hispano- americana, convertida en espectáculo masivo.
El que tardé en comprender fue el ritual del lavado de pies que se le hacía a un grupo de voluntarios, generalmente ancianos. Cuando estuve en el Cercano Oriente entendí el significado de ese gesto sencillo y cotidiano, donde todavía se impone descalzarse y lavarse antes de entrar al templo (o al recinto del banquete) después de llegar andando por caminos polvorientos. La diferencia está en que el lavado antes del banquete, que era realizado por sirvientes, fue Jesús quien se encargó de hacer ese acto de servicio.
En la Pascua del año pasado, ese gesto cobró todo su sentido y espesor, cuando el Papa Francisco, un hombre poco inclinado a la retórica que predica sin eufemismos y con gestos concretos, lavó los pies de varios jóvenes internos en un reformatorio. Algunos conservadores recalcitrantes se escandalizaron por el hecho de que el grupo incluyera a musulmanes y ¡hasta mujeres! Simplemente, el papa siguió al pie de la letra lo que Jesús les dice a sus discípulos en esta lectura del evangelio de Juan: me llaman maestro y yo les lavo los pies. Hagan lo mismo, nos está diciendo, no se sientan superiores, rompan los protocolos, las distancias con quienes son considerados inferiores. ¡Cuántas costras tendríamos que limpiar en nuestro propio medio, cuánto protocolo, cuánto ofensa a la dignidad de los seres humanos, cuánta falta de cercanía!
Algo hemos avanzado desde el taconeo inocente de nuestra niñez que, en cierto sentido, era una actitud arrogante que no tomaba en cuenta los sentimientos de esas ancianas beatas sentaditas en la fila del costado de la parroquia y rezando el rosario. Ahora nos damos la mano y nos deseamos la paz con nuestros vecinos de asiento. Aunque me consta que en las misas a las que he asistido en capillas del sur chileno, los patrones se sientan a un lado con sus largas proles y el personal se sienta del otro.
Todavía estamos lejos de vivir, de compartir, de estar atentos al “otro”, el inmigrante, el drogado que no conoció otra opción en la vida, la mujer golpeada que no se defiende porque no sabe que tiene derecho a defenderse, el enfermo crónico que, con infinita paciencia, hace cola para ser atendido en los consultorios…En esta conmemoración de la Pascua del Señor ojalá no sigamos hablando de un Dios sádico, que necesitó mandar a su hijo para redimirnos de nuestras culpas. Ya es hora que exijamos a nuestros pastores que dejen de seguir repitiendo lugares comunes que opacan el verdadero sentido de la vida, la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.
María Marta
Gracias por tu acertado comentario, que resignifica Semana Santa y sus rituales.
Corina