Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
07 May 08
Juan 17, 11-19
Que sean uno como nosotros
Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. 18 Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad.
Todo el capítulo 17 del Cuarto Evangelio es una magnífica oración de Jesús que da comienzo a su pasión. En ella, el Señor pide por los suyos, por sus discípulos de entonces y de ahora. Sus palabras revelan la profunda intimidad que tiene con el Padre.
En el texto que nos ocupa hoy, Jesús, sabiendo que su muerte está cercana, encomienda a los suyos a su Padre, pues sabe que va a velar por ellos con el mismo amor.
Comienza pidiendo al Padre para que los que han de ser sus discípulos se mantengan en unidad filial y fraterna. Esta petición tiene su razón de ser porque la fragilidad de la naciente comunidad debe ser fortalecida por la comunión solidaria en torno al Padre por medio de Jesús.
Jesús continúa su oración en forma absolutamente realista. Sabe que la suerte de la mayoría de su círculo inmediato de seguidores y también de muchos testigos en los siglos posteriores es el martirio por causa de su fe… porque “el mundo los odia, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo”(14). La suerte del discípulo no es diferente a la que aguarda al Maestro…
Él no pide que Dios los ayude a escapar del mundo, que los aparte y los encierre en un “mundo perfecto” o en algún convento remoto… sino que pide para que los discípulos sean protegidos a la hora de enfrentar el mal. Jesús sabe que, así como Él ha sido rechazado, el mundo egoísta, ambicioso y autosuficiente rechazará también a sus seguidores, pues proponen un estilo de vida que cuestiona de raíz las estructuras vigentes. La propuesta de Jesús y de sus seguidores es de liberación integral de la persona humana… y esta propuesta se hace fastidiosa para quienes prefieren mantener sus privilegios.
El odio entre las personas, los pueblos y las naciones sigue siendo la ley que rige nuestro entorno social y cultural. Luego de más de dos mil años, los seres humanos seguimos cerrados al mensaje de salvación y seguimos siendo egoistas y autosuficientes. Aún al interior de nuestras comunidades eclesiales existen serias divisiones y rencillas, que quitan autenticidad al anuncio del Reino.
Preguntémonos: ¿qué actitudes impiden que nuestras comunidades sean signos creíbles del anuncio que hacemos y de la fe que profesamos? ¿Vivimos realmente la unidad que el Maestro pidió para nosotros y nosotras? ¿Cómo vivimos nuestra consagración a la misión que Jesús nos ha encomendado?
Como dijeron nuestros obispos en la Conferencia de Aparecida, a nosotros los cristianos en América Latina nos corresponde ser continuadores de esa misión de hacer vida el nombre que llevamos: Cristianos, es decir, seguidores de Cristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida.
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