Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
15 Sep 18
Juan 19, 25-27
Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
¿Puede haber algo más desgarrador que ver a una madre presenciando el funeral de su hijo? Desgraciadamente, no una, sino varias veces me ha tocado acompañar a una amiga en el funeral de su hija o hijo. Es un dolor al que difícilmente la madre puede sobreponerse.
De acuerdo con el Papa Francisco: “Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: “He ahí a tu madre”. Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre.
Con su SI a la respuesta del Ángel, ella nos enseña la gallardía con que el cristiano debe sobrellevar el dolor. Si bien ella había comenzado a desprenderse de su Hijo desde el día en que, a los doce años, él le había dicho que tenía otra casa y otra misión que realizar, en nombre de su Padre celestial, el texto nos habla del dolor de María llegado la realidad de la total separación. Este es el momento de desgarramiento de toda madre que ve alterada la lógica misma de la naturaleza, por lo que son las madres quienes mueren antes que sus hijos. Me impresiona que el evangelista san Juan borra toda lágrima de su rostro dolorido, apaga todo grito de sus labios, no nos presenta a María postrada en tierra en medio de la desesperación, como lo haría cualquier madre ante la muerte de un hijo. El texto nos muestra a MARIA como el consuelo en el dolor de cualquier pérdida.
El relato de san Juan nos narra que están presentes y de pie junto a la cruz, su madre acompañada de la hermana de su madre, María mujer de Cleofás y María Magdalena. No está claro que la hermana de su madre sea hermana de padre y madre; el evangelista dice “la hermana de su madre”, considerando la expresión de uso semita, que perfectamente podría ser un familiar cercano o un pariente.
Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaban allí, dijo a la madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Llama la atención que Jesús ni a María ni a Juan los llama por su nombre, sino por los de “Mujer,” “Madre” y “Discípulo.” Es extraño que Cristo llame a su Madre, “Mujer.” Con ello, María comprendió el sentido de lo que en ellas se proclamaba, convirtiéndola en madre espiritual de Juan y de todos los seres humanos. Lo importante es que habiendo estado presentes otras mujeres, el Evangelista no recuerda otra sino a la Madre del Señor, dándonos a entender el respeto que debemos a las madres.
El pasaje es muy conmovedor y emociona vivamente. A pesar de su inmenso dolor, María permanece cercana a Jesús, hasta sus últimos momentos, lo acompañó, cuidó, siguió sus pasos y enseñanzas. La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María.
Isabel Margarita Garcés de Wallis
Muy buen comentario.
Sencillo. Sentido. Testimonial. Sin alardes de erudición ni de genialidad. Sobrio y eficaz.
La reserva moral y espiritual de nuestra Iglesia aparece hoy bajo la custodia del laicado.