Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
25 Mar 17
Juan 7,1-2 y 10,25-30
Intentaban agarrarlo pero todavía no había llegado su hora
Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Chozas. Jesús respondió (a los judíos): Ya se los dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen porque no son mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que le las ha dado, es superior a todos y nadie pude arrebatar nada de la manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.
Mi experiencia de vida me dice que los adolescentes de hoy, alumnos de colegios católicos, tienen una buena formación valórica, se comprometen sinceramente en acciones solidarias grupales, incluso se preparan para la confirmación con seriedad y reciben el sacramento en sesiones donde predomina la afectividad propia de la adolescencia, pero al mismo tiempo los desbordes de parte de padres y madres que no entran en esa dinámica, pero están ansiosos de captar, con sus celulares, el momento cumbre del ritual.
Todos, catequistas, padres, confirmandos saben que, a partir del siguiente domingo, prácticamente la mayoría no va a asistir a misa. Tal vez a alguna misa juvenil de la tarde, pero el deporte, el camping, el “carrete” incluso, tienen más sentido para ellos. Una misa ritualística y más o menos aggiornada según la parroquia, no los atrae.
Qué difícil resulta dirigirse a las personas de nuestro tiempo, en particular a los jóvenes, nacidos en una sociedad pos-cristiana, invadida por la imagen, por lo inmediato, por lo provisorio, que apenas da espacio y tiempo para la reflexión. ¡Qué difícil resulta hacer una lectura profunda de los evangelios sin una exégesis que ayude a profundizar en el significado de esas palabras que hemos escuchado, durante tantos años, como verdad sabida y aceptada! ¿Cómo llegar a los no tan jóvenes con un relato de dos mil años, llenos conceptos pre-científicos, donde interviene la magia para explicar los milagros? ¿Con cuáles palabras traducir a la cultura de nuestro tiempo el misterio de un Dios en búsqueda, fuera de los espacios estrechos de templos o santuarios?
El evangelio de Juan fue el último en escribirse, a fines del siglo primero, en el seno de una comunidad “Joánica” de origen gentil, afincada en Asia menor, que sobrevivió al anciano apóstol. El autor del evangelio da pocos indicios sobre sí mismo, refiriéndose apenas al “discípulo amado”. La tradición que atribuye el evangelio al hijo de Zebedeo se remonta al siglo II. Puede pensarse que ha sido el resultado de una larga reflexión y transmisión del mensaje de salvación, en comunidades que tuvieron que sostener duros enfrentamientos con grupos judíos en torno a si debía o no circuncidarse a los conversos.
Más que ofrecer una biografía de Jesús, lo que Juan pretende es introducir al lector en una profunda reflexión acerca de la persona del Hijo de Dios y del misterio de la redención que en él nos ha sido revelado. Es considerado como el más profundo y espiritual de los evangelios. En los sinópticos Jesús habló en un idioma sencillo, fácilmente reconocible por el público al que se dirigía y los lugares por donde se movía: vid y sarmientos, cosechas, patrones, semillas, pastores y ovejas. En el de Juan también aparecen algunos de éstos y muchas otras palabras de carácter más simbólico: sed, agua, luz, vida, verdad, fidelidad, conocer, ser libres.
La referencia a varios rituales judíos tiene el propósito de subrayar que Jesús es el Mesías esperado. Así, la Fiesta “de las Chozas” consistía de una acción de gracias por la cosecha y recordaba la protección de Dios durante la marcha por el desierto, después de la salida de Egipto. Duraba ocho días durante los cuales los peregrinos se alojaban en chozas.
El segundo trozo comentado está tomado del capítulo siguiente del evangelio de Juan. Se inicia con una respuesta a los “judíos”, quienes acaban de preguntarle si acaso es o no el Mesías que ellos esperan. Se supone que se trata de la elite judía, a la que pertenecían tanto los saduceos como los fariseos. Los segundos, a quienes Jesús trató de “hipócritas” y de “sepulcros blanqueados”, formaban parte de la casta más apreciada por los judíos de su tiempo. Fariseo fue Pablo de Tarso, y perseguidor de los cristianos hasta el momento de su conversión en el camino a Damasco.
¿Tiene importancia sabe cuál casta pertenecen quienes buscan matar a Jesús o la de quienes piden demostraciones de que es el Mesías esperado? No se trata de ser eruditos. La exégesis ayuda a superar las aparentes contradicciones entre uno y otro evangelista. A pasar de una fe ingenua a una fe madura que se centra en el Amor de quien Jesús conoció, sintió y vivió como ningún otro, experiencia que tradujo con la palabra Padre.
JUAN QUIERE QUE HAGAMOS UNA PROFUNDA REFLEXIÓN SOBRE EL HIJO DE DIOS dice bien, pero al parecer nosotros los que debemos llevar el testimonio, los que debemos cristificar el mundo en estos tiempos, no la hacemos. Si hicèramos de verdad esa reflexión estaríamos en constante oración, rezando al rosario a diario, dejando huella sin saberlo acerca del paso de Jesús en nuestras vidas. Muchos jóvenes se pierden buscando grandes momentos, donde no los hay…..Que falta nos hace visitar los sagrarios a diario, saludar al redentor que está adentro de las iglesias ….esperándonos…..que falta nos hace meditar el vía crucis…..nos contentamos con llenar de peticiones al Cristo resucitado y no lo vemos en huerto de los olivos…….No podemos llenar de bendiciones la tierra, si no practicamos la oración, por la cual salen de nosotros obras que El Señor inspira