Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
22 Mar 10
Juan 8, 1-11
Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»
Lo primero que me sorprende al leer este texto es la soledad de la mujer. Sólo ella es llevada ante Jesús… y el hombre que estaba con ella, ¿dónde está…? Hasta donde yo sé, el adulterio involucra a dos personas! …Y la Ley de Moisés, invocada por los escribas y fariseos para condenarla, es clara: “Si se encuentra a un hombre acostado con una mujer casada, los dos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer; así quitarás el mal de Israel.” (Dt 22,22). La mujer ha sido sorprendida en el acto, juzgada y condenada… sin embargo el hombre no ha recibido el mismo trato.
El texto también deja claro que los escribas y fariseos buscan hacer caer a Jesús en un trampa: si él defiende la vida de la mujer se pone en contra de la Ley de Moisés… y si cumple la Ley es cómplice de un asesinato. Pero una vez más, Jesús evita el peligro y les devuelve el asunto a sus manos: el que esté libre de pecado… Esto los desarma y poco a poco se retiran sintiendo el peso de sus propias culpas. Una vez más la mujer queda sola… esta vez ante Jesús, quien no la juzga y la condena, sino que le ofrece su perdón y la insta a no pecar más.
Quiero referirme ahora a un caso concreto que me tocó vivir. Hace pocos días tuve que firmar un documento en el que autorizaba a un abogado para realizar ciertos trámites… ¡Y tuvo que comparecer mi esposo para autorizarme a mi a dar esa autorización…! Mi hermano, que hizo el mismo trámite, no necesitó el permiso de su esposa. Es un hecho que, al igual que en la época de Jesús, vivimos hoy en una sociedad patriarcal. Se supone que ante la ley hombres y mujeres somos iguales… pero de hecho algunos son más iguales que otras…
Y en materia de moral sexual sigue existiendo también una doble medida para juzgar. A la mujer adúltera se la condena por pecadora, incluso se la trata de prostituta… pero al hombre se le disculpa su “debilidad”… e incluso suele ser admirado secretamente por muchos.
En todo caso, nuestra Iglesia es lenta en misericordia cuando se trata de actos que afectan a la moral sexual. Lejos está de la actitud llena de amor, que toma Jesús con la mujer sorprendida en adulterio. Él no limita el pecado al adulterio, sino que lo amplía a otras faltas.
Deberíamos ampliar también nuestro punto de mira y no limitar las faltas, de hombre o mujeres por igual, a lo sexual, sino que ver que aquello que daña a otros seres humanos y a la naturaleza toda no es querido por Dios… Y por último, deberíamos preguntarnos sobre nuestro trato con las personas que consideramos pecadoras. ¿Somos capaces de reflejar la misericordia de Jesús?
«Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» dice – Jesús – para responder sabiamente a la pregunta que no le dejaba escapatoria. Esta respuesta sigue vigente más que nunca, en donde vivimos en una sociedad que nos divide diariamente en buenos y malos, veraces y mentirosos, fraternos y egoístas, en fin, todo es llevado a extremos en los cuales la verdad la tiene uno solo, el que tiene la palabra, el poder de decisión, la justicia en sus manos, etc.
¡Qué distinto sería nuestra sociedad si en todo momento tuviésemos presente y actuásemos como Jesús nos en seña en este Evangelio!
Nuestra sociedad está quebrajada, fraccionada, deambula sin un sentido veraz de vida adorando en cambio a falsos dioses que no incentivan virtudes sino actitudes y/o acciones que solamente van en el beneficio personal o del limitado círculo familiar.
Si nuestras actitudes y actuares fuesen siempre -en la medida de lo posible- producto del mensaje de Jesús de «amar al prójimo», con todo lo que ello significa (perdón, compasión, solidaridad, dar, compartir, acompañar, etc.) ciertamente estaremos co-partícipes de la construcción del Reino desde el hoy el acá, en la tierra.
La pregunta ¿Qué actitud o qué haría Jesús ante cada situación compleja o dubitativa -como el caso de la mujer pecadora- en el mundo de hoy?, es un planteamiento muy necesario que cada uno de nosotros debiésemos hacer en forma espontánea.
adulterar tambien es levitico 20,27 leer