Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
12 Mar 08
Juan 8, 31-42
Si el Hijo los hace libres, serán realmente libres
Dirigiéndose a los judíos que habían creído en él, dijo Jesús: “Si permanecen fieles a mi palabra, ustedes serán verdaderamente mis discípulos; así conocerán la verdad y la verdad los hará libres.” Ellos le respondieron: “Nosotros somos descendientes de Abraham; nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Qué significa eso de que seremos libres?” Jesús les contestó: “Yo les aseguro que todo el que comete pecado es esclavo del pecado. Pero el esclavo no permanece para siempre en la casa, mientras que el hijo sí. Por eso, si el Hijo les da la libertad, serán verdaderamente libres. Ya sé que son descendientes de Abraham. Sin embargo, quieren matarme, porque no aceptan mi enseñanza. Yo hablo de lo que he visto hacer a mi Padre; sus acciones, en cambio, ponen de manifiesto lo que han oído de su padre.” Ellos le dijeron: “Nuestro padre es Abraham.” Jesús contestó: “Si fueran de verdad hijos de Abraham harían lo que él hizo. Ustedes quieren matarme a mí, que les he dicho la verdad que aprendí de Dios mismo. Abraham no hizo nada semejante. Ustedes hacen las obras de su padre.” Ellos le contestaron: “Nosotros no somos hijos ilegítimos. Dios es nuestro único padre. Entonces Jesús les dijo: “Si Dios fuera el Padre de ustedes, me amarían porque yo salí de Dios y he venido de parte suya no he venido por mi propia cuenta, sino que Dios me envió.”
El texto que nos ocupa hoy, tiene cuatro frases condicionales: “si permanecen fieles a mi palabra…”; “si el Hijo les da la libertad…”; “si fueran de verdad hijos de Abraham…”; “si Dios fuera el Padre de ustedes…”
Las dos primeras traen como consecuencia el ser discípulos y el ser libres, dos realidades que se conectan así estrechamente. En las otras dos, Jesús urge a los judíos a asumir las consecuencias del ser descendientes de Abraham e Hijos de Dios. La conexión entre las dos primeras afirmaciones y las otras está en la palabra “Hijo”. El discípulo vive la libertad del Hijo. Los israelitas viven la filiación de Abraham, pero en última instancia su verdadero Padre es Dios.
Ahondemos en algunos aspectos significativos del pasaje.
Un primer aspecto es la invitación a permanecer en la Palabra para ser discípulos, porque para ser discípulo de Jesús no basta solamente seguirlo o fiarse de Él, sino que es necesario dejarse habitar por la Palabra. Dicho de otra manera, el discípulo asimila el “Verbo” y vive de acuerdo a sus enseñanzas.
En segundo lugar, fijemos nuestra atención en la afirmación de Jesús de que el pecado nos hace esclavos. No se trata de una esclavitud como la que Israel sufrió en Egipto. Los judíos que le escuchan protestan, porque se sienten ya libres (¡a pesar de estar sometidos al dominio romano!). La esclavitud de la que Jesús habla es más profunda, pues el que se hace esclavo del pecado ya no es hijo y por tanto pierde la libertad que da el Hijo. Una vez más, el pecado de que Jesús está hablando aquí es el rechazo a su Palabra.
Quien no percibe a Dios como Padre amoroso sino como rey y juez castigador, se hace esclavo. Y las instituciones que siguen presentando a un Dios distante y lejano que requiere de sacrificios y penitencias, hace a las personas esclavas de esa misma institución. La revelación de Jesús que nos permite llamar a Dios “Abba”, Padre, nos lleva a vivir la experiencia de percibirnos como hijos e hijas de Dios.
Preguntémonos sobre nuestra libertad: ¿Cómo es mi relación con Dios? ¿En qué hago consistir en mi vida de cada día el hecho de ser y sentirme hijo o hija de Dios? ¿Cómo lo vivo en mi familia, trabajo o comunidad?
Ahora que estamos concluyendo la Cuaresma, tiempo privilegiado de conversión, acojamos la Palabra en lo profundo del corazón. Ese Verbo Encarnado nos liberará del pecado permitiéndonos vivir la filiación divina en plena libertad.
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