Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
03 Mar 18
Lc. 15, 1-3; y 11-32
“Este hermano tuyo estaba muerto y ha resucitado”,
Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola:
Les contó también lo siguiente: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.’ Y el padre les repartió la hacienda. Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano, donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una hambruna extrema en aquel país y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. El muchacho deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pues nadie le daba nada. Entonces se puso a reflexionar y pensó: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino, iré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.’ Entonces se avió y partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, lo vio su padre y se conmovió; corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo.’ Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Daos prisa. Traed el mejor traje y vestidle; ponedle un anillo en el dedo y calzadle unas sandalias. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado.’ Y comenzaron la fiesta. «Su hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercaba a la casa, oyó la música y las danzas. Llamó entonces a uno de los criados y le preguntó qué era aquello. Él respondió: ‘Es que ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.’ Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre y le rogó que entrase. Pero él replicó a su padre: ‘Hace muchos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya. Sin embargo, nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos. Y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado.’ «Pero él replicó: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. 32 Pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado.’»
Ser buenos padres: el mayor desafío de la vida.
La conocida “Parábola del Hijo Pródigo” siempre nos hace reflexionar sobre la vida, la conducta de las personas y la justicia divina. ¿Por qué emplea Jesús esta parábola? Quizás una de las explicaciones es que la emplea para dar ejemplos de la grandeza del amor, y de cómo una actitud amorosa en la vida siempre impacta en nuestros seres queridos. Veamos esto hijo por hijo. El menor, denominado el “pródigo” (-quien regresa al hogar paterno, después de haberlo abandonado durante un tiempo tratando de independizarse, desperdiciando y consumiendo su hacienda en cosas inútiles-) aprende la lección de la amargura y los sinsabores de la vida lejos del hogar, y casi derrotado, regresa a casa. Por tanto, el impacto del amor de su padre es enorme, recibe algo inesperado y a ojos de un corazón insensible como su hermano mayor, inmerecido. Éste último, considera que la justicia de los actos de su padre debiese ser tal, que dando a cada hijo por igual ya se cumple con lo “legal” repartiendo la hacienda entre ellos; pero, ¿es esto justo?
Veamos nuevamente esta parábola con una mirada a través del corazón. Cada vez que nos planteamos cómo educar a nuestros hijos, tenemos dudas respecto a nuestras decisiones. Si bien nuestro amor es igual para todos los hijos, cada uno de ellos es diferente y por tanto tiene anhelos diferentes, sueños diferentes y ciertamente personalidad y carácter distinto. Por eso el desafío de ser buenos padres sólo se comprende cuando uno tiene más de un hijo o hija, pues quiere dar a todos por igual pero al ser los hijos todos distintos esto es en sí mismo una injusticia. ¿Por qué? Veamos.
La salida fácil es siempre decir, con mucho orgullo “Yo di a todos mis hijos por igual,…” ¡¡Vaya error!! En la vida no se debe dar a todos por igual, sino dar más a quién más necesita. Esto es muy difícil de asumir, particularmente por los otros hijos.
Frecuentemente, alguno de los hijos siente una aparente injusticia en la conducta de sus padres, y airadamente reclama “¿Por qué a mí no me das lo mismo?” Sencillamente porque cada quien es diferente. Cada persona del mundo entero es única, irremplazable e irrepetible. La mirada de “lo justo” a través del corazón, es diferente de la mirada de “lo legal” a través del razonamiento, costumbres o lógica simplista. Por eso en la vida (siendo madres o padres) nuestro mayor desafío es ser buenos y justos con -todos- nuestros hijos.
Y a propósito de diferencias,… el anhelo de cubrir necesidades de los hijos puede extrapolarse a las necesidades de la sociedad y el análisis del ejercicio público de un buen gobierno. Es esperable que las autoridades de gobierno actúen pensando en qué es mejor para todos los estantes y habitantes de un país, de una región, de una comuna,… pero, ¿es posible dar a todos por igual? Ese es uno de los desafíos de un buen gobierno, el cuál basado en la solidaridad y el bien común, mirando con ojos cristianos a través del corazón y siendo más justos que legales, debiese dar más a quién más lo necesita.
Es cierto que todos nosotros, como individuos, somos iguales ante la ley, y que todos gozamos de los mismos derechos y obligaciones; pero,… así como nos enseña la parábola del hijo pródigo, nuestros gobernantes debiesen dar más a aquellos que tienen mayores carencias. Me pregunto, ¿no estamos en deuda acaso, con los segmentos más empobrecidos de nuestra sociedad?
Muy bueno el punto que has tocado en tu reflexión, sobre la diferencia entre lo legal y lo legítimo, llevándola de lo personal a lo social. Sin duda muchas decisiones poco justas se escudan en la legalidad: la ley no lo prohíbe. El padre, en este caso, se salta lo que dice la famosa igualdad proclamada por la Revolución Francesa. Su decisión se basa en una discriminación positiva hacia el más necesitado. Un gobernante con sensibilidad debiera tomar en cuenta esta enseñanza de Jesús.