Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
12 Dic 14
Lucas 1, 39-45
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!»
Este texto de Lucas suele encantarnos, hay ternura, amistad, solidaridad, dos primas que se encuentran en situación importante de sus vidas.
Es verdad, sin embargo no dejemos de profundizar ese encuentro tan especial, teológicamente tan rico y significativo.
Dos mujeres con experiencias de vidas distintas y, al mismo tiempo, unidas, no sólo por la sangre, sino especialmente por los hilos que construyen las “maravillas” de Dios, por los hilos que el Espíritu Santificado y que santifica usa para levantar la tienda que abriga y al mismo tiempo se esparce por el mundo.
Vientre estéril y vientre virgen se encuentran. Vientre estéril y vientre virgen, hilos que unen la Primera y la Nueva Alianzas, hilos que se abren para la promesa que ahora se va a cumplir.
Isabel, casada con Zacarías, mujer mayor (¿tendría 40 años? Para aquellos tiempos casi anciana) era estéril y se quedó embarazada de Juan, el Bautista, de aquel que abriría los caminos del Señor, que iba a preparar al pueblo para recibir la Buena Nueva del Reino de Dios en las palabras y figura de Jesús, el Cristo.
María, novia de José, joven, virgen debería ser según los parámetros morales, se quedó embarazada de Jesús, el Cristo. ¿Qué pensarían de ella? ¿Qué significaba para una joven ser mal vista y mal hablada por la comunidad dónde vivía?
La joven sale de su casa, cruza caminos, sube montañas para visitar a su prima mayor y también embarazada. ¿Se habrá ido sólo para ayudar y servir a la mujer mayor? ¿Se habrá ido también para aconsejarse, para ser escuchada, para ser confortada, para recibir cariño, apoyo y fuerza para enfrentar lo que tenía por delante?
No sabemos qué ha pasado. Sólo sabemos lo que nos transmitió el evangelista a través de ese relato: la presencia del Espíritu del Señor que hace maravillas que llamamos de milagros, que hace saltar el niño en el seno de Isabel que en este instante se siente llena del Espíritu, que le inspira la intuición de reconocer a la madre del Salvador.
¿Puedo confesarles una experiencia propia? Como no me van a contestar ahora, voy a osar. El día 18 de noviembre por una caída me rompí la cabeza del fémur. Era un martes El sábado me operaron y el sábado 22 volví a casa. ¡Cómo entonces pensé en las dos mujeres, madres de la Salvación! ¡Que divino es ser visitada! ¡Qué soledad la de la cárcel privada por una pierna rota! ¡Cómo se espera por una visita como la tierra espera por el agua! ¡Qué sed la de la soledad! Eso ya sabía Jesús que en su “testamento” y “constitución” para sus seguidores: …”porque estaba enfermo/a y me visitaste”… (Mt 25, 36b).
¡Ilumínanos Espíritu del Señor a ver a quien nos necesite para una visita aunque tengamos otras cosas para hacer que puedan parecer más urgente. Señor, ayúdeme a aprovechar la soledad para rezar y aumente mi fe.
Como ustedes dicen hago oraciones fervorosas en las que llego a conclusiones parecidas, …….pero luego miro a mi alrededor, en mi hogar y veo con preocupación y cierto dolor que las actitudes de los que me rodean no tienen toda la huella que se supone debería haber dejado, …..osea…………… no he sido un buen testigo…… (no obstante lucho y compruebo que me sigue bendiciendo y confío que sabrá perdonar mis malos ejemplos)
Yo creo que hay una culpa de nosotros los cristianos en permitir que esta maldad crezca, que no hacemos lo que decimos, no damos testimonio verdadero, empezando por nosotros los laicos y terminando en los sacerdotes y consagrados que no logramos vivir con el alma entregada y permitir que surjan entre nosotros verdaderos milagros de fe que conviertan a los viven en la violencia.