Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
15 Ago 14
Lucas 1, 39-56
«El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes»
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Cuando niña, mis devociones estaban orientadas hacia la veneración de la Virgen, la de Luján, la de Itatí, la de Guadalupe, aunque principalmente le rezaba a María Inmaculada, que me acogía, de brazos abiertos, desde el altar de la capilla de mi colegio, con motivo de las misas de primeros viernes, de primeras comuniones, de oraciones del mes de María o de cortas escapadas durante el recreo largo. También estaban los rosarios y las letanías, que más que mantras de espiritualidad se tomaban como obligaciones. Durante siglos el culto a María estuvo orientado a inculcar en las mujeres el don de la obediencia, de la docilidad, del servicio, de la abnegación.
Lucas, el evangelista no judío, dejó su profesión de médico para acompañar a San Pablo y, casi con certeza, conoció a María. Ella le habría proporcionado, de primera fuente, los relatos del nacimiento de Jesús, empezando por el anuncio del ángel y el texto que estamos reflexionando. Dice Lucas que María partió sin demora a un pueblo entre las montañas, para ayudar a Isabel, embarazada a edad avanzada de su primer hijo que llegaría a ser Juan, el Precursor; y que su prima la recibió con las palabras que se repiten en cada Avemaría: Bendita tú entre las mujeres…}
María responde al saludo con un canto de alabanza profética, inspirado en el Antiguo Testamento, conocido como el Magnificat; ya no es la joven mansa y humilde que nos transmite la tradición, sino la María que Lucas conoció, después de recibir la fuerza y dones del Espíritu de Dios junto con los apóstoles, en el Cenáculo.
Con los años, las devociones marianas han ido cediendo espacio a la puesta al día de la fe. La vuelta al mensaje original de Jesús de Nazareth invita a profundizar, a densificar y traducir en vida el anuncio de la Buena Nueva. La dimensión histórica de María y de Jesús fue desplazando el culto centrado en imágenes de la piedad popular. Aunque no totalmente.
María ya no es una Reina con manto de seda, corona y alhajas. Se la descubre en la madre con el cuerpo cansado y un niño en sus brazos dormido, como solemos cantar en misa; en la mujer que atiende su kiosco de pan o un puesto en la feria, sin perder la sonrisa de bienvenida; también está en la niña impedida de estudiar por cuidar a sus hermanos y en la joven violada o víctima de mutilaciones rituales. Está junto a los corazones afligidos, presente en nuestras penas y alegrías con un gesto, un silencio, una palabra que, de un fondo emotivo, hace aflorar esa “fragancia de la presencia cercana” de la que nos habla el Papa Francisco. Y comprendemos que hay espacio para la diversidad de culturas y sensibilidades dentro del culto a María.
Gracias, amiga, por actualizar la devoción a María de Nazateth. Mujer humilde, de un pueblo marginal, llena del Espíritu Santo.
¡¡¡Emocionante comentario!!!