Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
07 Oct 12
Lucas 11, 15-25
“Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros”
En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando Salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: “Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios.” Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo queda azolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?, porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿Por quién los expulsan v vuestros hijos? Por eso ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulsa yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, les quita las armas en que está confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama.
En esta lectura, Jesús nos habla muy claramente de dos fuerzas en pugna en este mundo. El bien y el mal. Negar que exista el mal es taparnos los ojos y renunciar a enfrentarlo, ignorándolo bajando la cabeza. Nos guste o no, el hecho es que el mal existe.
Hay muchas teorías sobre lo que eran los demonios en tiempos de Jesús; la más común de ellas es que eran espíritus inmundos que no cumplían la voluntad de Dios, sino de Beelzebul (Satanás para nosotros). Eran inteligentes y tenían voluntad propia, a pesar de habitar en los cuerpos humanos. La aflicción por demonios se parecía a ciertas enfermedades, como la mudez del demonio que expulsa Jesús en este texto, la ceguera, las convulsiones, la epilepsia, la parálisis, la lepra, etc. Hoy es muy raro encontrar una persona “endemoniada”. Los avances de la medicina nos han permitido erradicar. o estar en vías de hacerlo, salvo algunos tipos de cáncer o el sida, prácticamente todas las enfermedades comunes.
Podemos encontrar infantil el tema de los malos espíritus, pero lo cierto es que, en forma diferente a los que encontramos en los evangelios, estamos rodeados de ellos. Nos atacan otros males tanto o más graves como la hipocresía, el cinismo, el engaño, la soberbia y muchos otros más, muy presentes en nosotros mismos, como en las personas con que nos toca relacionarnos.
La frase “El que no está conmigo está contra mí y el que no recoge conmigo, desparrama” son palabras muy fuertes que nos obligan a reflexionar sobre nuestro proceder cotidiano: ¿somos de los que recogen, o por lo contrario todo lo que hacemos es desparramar? Lo que Jesús nos quiere hacer entender es que sólo hay dos posiciones –dos señores- o estamos con uno o estamos con el otro. No se puede servir a los dos, como tampoco se puede congraciarse con ambos. No hay conciliación entre ambas posiciones. ¡Qué duro nos parece a veces Jesús! De nada sirven las medias tintas. De nada sirven los compromisos a medias. Tampoco sirve de nada la diplomacia barata, o la mediocridad. Estar con Jesús es ver a todos como hermanos, es ver “dentro” de cada uno, es buscar la firma de Dios en cada hombre y mujer. Estar con Jesús es jugarse la vida por los desfavorecidos, pobres, enfermos. Estar con Jesús es perdonar sin límites y a todos. Estar con Jesús es amar ante todo y sobre todo.
A mí me interpelan sus palabras “los escupiré, los vomitaré”. Es decir, le damos asco cuando adoptamos posiciones engañosas, tibieza, mediocridad. Jesús es muy claro con respecto a los que ni entran, ni dejan entrar a los demás. La gravedad de la falta de los tibios: es hacer creer que una posición intermedia es posible.
Los tiempos modernos nos han hecho aumentar la esperanza de la instauración de un mundo perfecto, que gracias a los conocimientos de la ciencia, de la tecnología y a una política científicamente fundada, parecería haber llegado a ser realizable. Pero estas, por mucho que nos aporten, no bastan. La esperanza del “Reino de Dios” ha sido remplazada por el “reino del hombre”, pero con el tiempo hemos ido entendiendo que esta esperanza se aleja cada día más. Me atrevería a decir que se trata de una esperanza contra la libertad. Cabría preguntarse: ¿dejo en libertad a las personas para que actúen y decidan en función de su dignidad, u obligo, condeno y esclavizo, exigiendo que los demás lleven cargas que yo me resisto a llevar?; ¿digo la verdad, soy honesto/a y me exijo a dar a cada quien lo suyo, o más bien me acomodo, “doro la píldora”, oculto pruebas, tergiverso situaciones buscando verme favorecido/a y finalmente me hago el/la tonto/a o desentendido/a, cuando se me exige tomar una posición?
Concluyo con que sin la “gran esperanza –que es Dios- jamás seremos felices. Si bien nos puede parecer que entre tanta tecnología y conocimiento Su Reino se vuelve un más allá imaginario, que no se realizará nunca, me quedo con la convicción de “Su Reino” está donde su amor nos alcanza
Isabel Margarita Garcés de Wallis
Es comprensible entender las fuerzas del bien, infundidas en la humanidad por la misma esencia de la bondad, proclamada por Cristo como la Voz del Padre; sin embargo a través de esta misma, nos alerta sobre el poder tentador del “mal”, cuya seducción es muy poderosa para todos los seres humanos. Jesús nos advierte en este pasaje del evangelio de este “maléfico poder”.
En la antigua mitología griega, se le atribuían atributos humanos a todos sus dioses, como la envidia, las ansias de poder, los celos, la ira, el incesto, la infidelidad, la deslealtad y la venganza como su mismísimo placer. Eran los hombres los que según sus creencias le otorgaban a sus dioses, sus propios demonios. Si revisamos distintas culturas a través de la historia universal, encontraremos creencias ancestrales en los que encontraremos definidos el bien y el mal como antagonistas.
Me parece entonces que el hombre siempre ha tenido conciencia del bien y del mal. En la actualidad, las distintas culturas coexistentes, también la tienen; sin embargo, el mal poderoso, tiende a enraizar su poder en nuestra humanidad vulnerable, y damos paso a estos demonios desde nuestras propias debilidades, modificando nuestras conciencias en forma sutil y diversa.
Cuando asumimos como cristianos, la fragilidad ante el pecado, y aprendemos a reconocer los demonios que acechan la conquista de nuestros espíritus; y además, basamos nuestras vidas en el engrandecimiento de nuestras almas bajo el alero de la ley de Dios, vamos disminuyendo la susceptibilidad de dejar entrar en nuestro ser, a los infinitos demonios que desean aumentar su poder e incrementar las filas del mal.
El mal nos ofrece “el aquí y el ahora”, el bien un “reino infinito”.