Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
02 Nov 19
Lucas 11:47-54
Se pedirá cuenta de la sangre de los profetas desde Abel hasta Zacarías
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán»; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, ¡que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!» Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a hostigarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.
Cuesta creer que el dulce Jesús de nuestra imaginación hablara tan duramente a los fariseos y doctores de la ley sea el mismo que atiende a los niños, que en su cultura eran considerados no-personas, o a mujeres marginadas por “pecadoras” o impuras; el Jesús que se hace invitar por Zaqueo, el cobrador de impuestos despreciado por el populacho; el Jesús que mira con tristeza alejarse al joven rico incapaz de desprenderse de sus privilegios o el que escoge a Mateo, el publicano “colaboracionista” con Roma y detestado por los fariseos, para que forme parte de sus círculo íntimo de discípulos.
No hace falta esforzarse demasiado para encontrar a los fariseos de nuestro tiempo: en esta cultura donde impera la meritocracia, donde el lucro desmedido y las desigualdades estructurales en materia de educación, de salud, de oportunidades, son aceptadas como normales: todos, en mayor o menor medida, caemos en el fariseísmo. No solamente cuando participar en campañas caritativas nos hace sentirnos “buenitos” mientras todo sigue igual, o en diferentes circunstancias, intercambios, situaciones cuando, tal vez sin proponérnoslo, nos sentirnos dueños de la verdad.
Una de las cosas que encontramos tan difíciles de entender es la poderosa presencia del mal en nuestro medio. Sin embargo, está ahí con mucha certeza. La gente elegida había asesinado a los profetas de Dios, y los contemporáneos de Jesús lo ratifican atacándolo furiosamente y al final lo matan a Él también. Nuestra generación también comete actos indecibles de crueldad y opresión contra personas y pueblos inocentes. No pensemos que esto son sólo cosas del pasado. Siguen existiendo, aún hoy, o especialmente hoy, personas que les imponen a las demás obligaciones que ellos mismos no se sienten obligados a cumplir.
La sociedad contemporánea, especialmente la occidental, en su mayor parte, parece resistente a la religión formal y a la proclamación del Evangelio. SI bien, en muchos casos, la fe en creencias religiosas se ha ido, ¿se ha ido también de nosotros el amor y el cuidado hacía nuestro prójimo? ¿Estamos nosotros en peligro de entrar en el desamor, como en el mundo políticamente correcto de los escribas y fariseos? La violencia y la religión son un tema candente para todos los tiempos, incluyendo el nuestro.
No es difícil encontrar motivos para criticar a quien piensa de forma distinta a mí. A la luz de este texto hoy nos podemos preguntar ¿qué tanto de fariseo y escriba tengo en mi vida cotidiana?
Una verdadera comida, un verdadero banquete, es el que nos lleva a comunicarnos cada día mejor entre nosotros. No imagino a Jesús devorando en una casa de familia, sin escuchar a los otros. Cuando alimentamos nuestro cuerpo, nos tenemos que dar cuenta que necesitamos el alimento del alma, es un reflejo. ¿Imaginas a Jesús sentado en la mesa esperando que todos lo sirvan como si fuera un rey de este mundo? Trayéndolo al mundo de hoy… ¿Imaginas a Jesús sentado a la mesa viendo televisión, preocupado por las ultimas noticias o esperando su novela sin aprovechar la presencia de los otros? ¿Imaginas a Jesús sentándose en ese lugar estratégico donde muchos se quieren sentar, como para evitar servir a otros? ¿Imaginas a Jesús sirviéndose primero para lograr elegir siempre lo mejor de la mesa? ¿Imaginas a Jesús comiendo con María y José y mientras tanto estar viendo su celular para ver si le escribe uno que está lejos? En una comida se juega mucho de nuestra disposición para servir y escuchar a los otros. Aunque no lo creas. “Dime como comes y te diré como amas” Jesús vino a este mundo a enseñarnos a amar, y el amor se juega en todos los detalles, el amor se demuestra también en nuestras comidas. Sería bueno, que esto que nos enseña la palabra, nos sirva a modo de revisión para ver cómo están siendo nuestras comidas familiares, nuestras comidas laborales, nuestras comidas entre amigos.
Los fariseos no querían ver, no podían salir de su encierro; lo mismo vemos en el mundo de hoy: lo ves en tu trabajo, lo ves en la televisión, en las familias, en la iglesia. Vemos maldad, cerrazón, ceguera de tantos que se empecinan en hacer el mal y que no quieren dejar de hacerlo
Una reflexión que podemos sacar de este evangelio es considerar que nosotros también tenemos algún grado de soberbia. La soberbia se manifiesta de muchos modos. Hoy nos podemos enfocar en dos, la ambición y la presunción.
La ambición es el querer desordenado de honor, de fama. Es válido cuidar nuestro buen nombre; pero a veces podemos ambicionarlo a costa de todo, por ejemplo, a través de la crítica, de la calumnia, de la mentira, de la traición; muchas veces hacemos de todo para llegar a “quedar bien” y que nos tengan por “buenos”. ¿Cuántas veces llegamos a mentir para quedar bien? ¿Cuántas veces criticamos para quedar bien? ¿Cuántas veces hemos traicionado la confianza de alguien para que nosotros quedemos bien?
Y la presunción es intentar aquello que no nos da la capacidad y las posibilidades; “es querer ser lo máximo”. Es el sentirnos omnipotentes, el creer que puedo con todo y no reconocer que a veces no nos da la vida ni el corazón para ello. Por ejemplo, soy presuntuoso cuando no delego y pretendo hacer todo, cuando controlo todo. Puede ser que a veces tengamos una sana inconsciencia y un coraje que nos anima a hacer cosas que no sabemos; pero al mismo tiempo tenemos que saber reconocer nuestros límites: ser humildes y realistas.
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