Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
24 Mar 19
Lucas 16,19-31.
El rico y Lázaro.
“Había un hombre rico que se vestía lujosamente y daba espléndidos banquetes todos los días. A la puerta de su casa se tendía un mendigo llamado Lázaro, que estaba cubierto de llagas y que hubiera querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico. Hasta los perros se acercaban y le lamían las llagas.
“Resulta que murió el mendigo, y los ángeles se lo llevaron para que estuviera al lado de Abraham. También murió el rico, y lo sepultaron. En el infierno, en medio de sus tormentos, el rico levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Así que alzó la voz y lo llamó: “Padre Abraham, ten compasión de mí y manda a Lázaro que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy sufriendo mucho en este fuego”. Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que durante tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro le fue muy mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí, y a ti, sufrir terriblemente. Además de eso, hay un gran abismo entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieren pasar de aquí para allá no pueden, ni tampoco pueden los de allá para acá”.
Él respondió: “Entonces te ruego, padre, que mandes a Lázaro a la casa de mi padre, 28 para que advierta a mis cinco hermanos y no vengan ellos también a este lugar de tormento”. Pero Abraham le contestó: “Ya tienen a Moisés y a los profetas; ¡que les hagan caso a ellos!” 30 “No les harán caso, padre Abraham —replicó el rico—; en cambio, si se les presentara uno de entre los muertos, entonces sí se arrepentirían”. Abraham le dijo: “Si no les hacen caso a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque alguien se levante de entre los muertos”».
Dos cositas me vienen en la mente leyendo este pasaje del Evangelio de Lucas.
Primero me gusta recordar que cuando Jesús habla no dicta clases para unos alumnos dóciles que toman apuntes en silencio en vista de un examen final. No, Jesús tiene un genio para contar historias, parábolas, para fascinar a sus discípulos, ellos lo escuchan gozando, cautivados, apretados en torno a él, boca abierta, imaginando los detalles. Jesús da color a sus personajes, cuenta con entonación de voz, quizás hace mímicas; quiere transmitir con emociones impactantes un mensaje que quedará gravado en la mente de su auditorio. Escuchando contar a Jesús me imagino que el tiempo se detiene, te cambia el corazón, te alienta a vivir con él, no puedes olvidar sus palabras.
Hoy día es un ejemplo mayor que podemos leer en San Lucas.
Lujo de descripciones, el rico con ropa “finísima”, el pobre “cubierto de llagas” con los perros que lo van lamiendo. Jesús trabaja, apoya, aumenta el contraste entre los dos. ¡Quizás desde cosas que observó!
Humor del cuento donde la punta del dedo mojado de Lázaro es suficiente como para extinguir la sed del rico atormentado por las llamas. ¡Y hasta en el infierno el rico quiere hacerse servir!
En el cine de hoy eso se llamaría efectos especiales para clavar el público en su sillón. Es lo que busca Jesús, dejarnos atónitos, los ojos muy abiertos.
Y el contraste se nota hasta en el entierro de los dos principales protagonistas. “Murió el pobre y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abraham.” Bonita frase bien desarrollada. ¿Se imagina usted la escena? ¿Lenta procesión en el cielo por las nubes hasta abrazar el cuerpo del patriarca?
Vayan a ver un lienzo del “Greco”: “El entierro del conde de Orgaz” donde el alma del conde como una crisálida sube al cielo con ángeles hacia Jesús bajo la mirada de la virgen María.
“También murió el rico y lo sepultaron” Así con sequedad no más.
Segundo. Lo importante no es si existe o no el infierno, cómo esta armado, quién está dentro, o saber si culpa de gula por ser rico y frívolo y penitencia eterna son cosas proporcionadas. Tampoco no es tan central el ser rico o pobre, aunque Jesús tiene más cariño por estos últimos.
No. Como siempre Jesús quiere hacer descubrir el mensaje de compasión y misericordia contenido en la Palabra de Dios, desde Moisés y los profetas. Mas allá de la Ley religiosa y sus escrupulosos rubros está el amor del Padre. Jesús no viene a abolir esta antigua ley, lo dice unos versículos antes en Lucas 16, 17; sino a revelar su contenido bondadoso de un Dios Padre creativo, siempre actuando para salvar a su pueblo.
“Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. ¡Si! ¡Que los escuchen! En sus libros ya está la ley del amor al prójimo, a la viuda, al huérfano, al pobre, al extranjero. Ya los profetas denuncian las injusticias, la desigualdad y el corazón de piedra de falta de compasión. Ya la ley de Moisés y los profetas anticipan el anuncio del Reino de los cielos. La fe de Jesús se nutre de Moisés, de los Salmos, de Isaías y los demás libros de profetas.
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán.” dice Abraham.
Jesús sabe que la vida eterna de Dios, la resurrección de entre los muertos es asunto de fe, de confianza, de amor. No se impone por conformidad, por lección, por fuerza, sino que nace desde el corazón. Es cosa fuerte y frágil.
Hacia esta fina punta, me parece, nos puede llevar esta historia del rico y Lázaro.
«No admires las obras de los malos; confía en el Señor y espera su luz. Pues para Él es cosa fácil hacer rico al pobre en un momento.» (Ecl 11,21)
El que se prepara para la muerte se prepara para la vida eterna. Y lo que es la preparación para la vida eterna, es conocido por todo cristiano.
Prepararse para la muerte significa ser rico en Dios. Porque solo aquellos que verdaderamente creen en Dios y en otra vida están preparados para la muerte, es decir, para esa otra vida.
Todos los días una persona sabia al acostarse está lista para morir con una fe firme que se animará y se presentará ante Dios.
Cada día un hombre sabio fortalece su fe en Dios, protege su corazón de la incredulidad, la duda y la ira, como un propietario sabio que protege su viña de las plagas dañinas.
Una persona sabia está dispuesta a cumplir los mandamientos de Dios todos los días a través de obras de perdón, misericordia y amor. Así se enriquece en Dios.
Su mayor riqueza es su alma, esta es la única riqueza que no decae ni muere.
Por eso los justos nunca mueren con una muerte imprudente. Ellos constantemente se están preparando para la muerte y esperan separarse de esta vida todos los días. En su corazón se arrepienten continuamente, confiesan a Dios y glorifican el nombre de Dios. Así hacen los justos, viviendo en paz y prosperidad; y lo hacen incluso más en la adversidad y en la tentación.
Toda su vida es una preparación constante para la muerte, porque ellos nunca mueren de repente.