Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
14 Nov 15
Lucas 18, 35-43
¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que vea otra vez
Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno, y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando lo tuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» El respondió: «¡Señor, que vea!» Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.» Y al instante el ciego pudo ver y empezó a seguir a Jesús , glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.
Trato de imaginarme cuáles fueron las emociones del ciego. En los tres sinópticos no se dice que fuese ciego de nacimiento. ¿Qué habrá sentido al recobrar la visión? ¿La habría perdido realmente se trataba de una ceguera fingida o transitoria? ¿Qué emociones experimentó? ¿Habrá llorado? Para mí, la frase “¡Señor, que vea!” es una de mis oraciones favoritas. La repito como un mantra, para pedir iluminación, para que crezca mi pobre fe racional, para que Jesús me ayude a tener esa cercanía que él tuvo con el padre.
A veces me sucede que la experiencia de Dios me llegue a través de la mediación de una obra artística, un poema o una película. No de cualquier película de las que miramos para entretenernos, sino ese cine que resuena en lo más profundo del alma humana y nos ayuda a crecer. Mi madre me contaba que cuando me llevaron a ver “Blanca Nieves y los Siete Enanitos” a los tres años llegué a comerme la punta de un dedo de los guantes que llevaba puestos. Aunque no guardo el recuerdo de las emociones producidas por el primer largometraje que vi, me atrevo a afirmar que, a partir de ese momento, me hice cinéfila. Fui pasando etapas, desde los musicales de la Metro hasta hacerme fanática del buen cine de autor.
Hoy me dicen que soy masoquista porque considero “Mia Madre” como la mejor película en lo que va del año. ¡Cómo puede gustarme ir a ver a una vieja que no termina de morirse! Y acabo justificándome con razones: un discurso inteligente, personajes interesantes y en conficto, sus reacciones y actitudes de aceptación o negación ante la muerte de un ser querido, escenarios naturales, Roma…
Ahora, escribo esta reflexión recién llegada de una incómoda sala del centro, donde tuve el privilegio de ver otra película sobre la muerte, una muerte que no se desarrolla en un bien equipado hospital romano sino en un medio de extrema pobreza: en Colombia, entre trabajadores que cortan a machetazos la caña de azúcar, monocultivo que es su única forma de sustento y ha remplazado a los antiguos naranjales donde solían levantar sus viviendas. Uno de los trabajadores tiene sus vías respiratorias obstruidas por la constante lluvia de ceniza proveniente de los restos de las cañas quemados antes de iniciar una nueva plantación. La suya es una muerte lenta, rodeado del cariño y la impotencia de su familia. Sin golpes bajo, “La tierra y la sombra” me hizo llorar por primera vez en un cine, después de “La Strada” de Fellini. Al menos que yo recuerde…
Sentí que Jesús me estaba hablando sobre la pobreza, el sufrimiento y la impotencia, los del padre llegado desde la ciudad a hacerse cargo de la situación, los de la madre y su apego por ese infierno que ella llama hogar. El niño que logra que su volantín (cometa, barrilete…) remonte, tal vez sea el único símbolo de esperanza, aunque poco queda por esperar para él en su futura condición de migrante en la gran urbe.
Para mí, ha sido una experiencia dura pero necesaria: la de ver para conocer, para creer, para crecer en la misericordia que nos pide el Papa.
La verdad que mi reflexión apunta a la frase que exclama el no vidente, JESUS, le pregunta que quieres que yo haga y el dice que pueda ver, ahora yo le pido con humildad a nuestro buen amigo JESÜS, que a todos los que habitamos este mundo nos permita ver, que no sigamos con esta violencia ciega que nos hace tanto daño, que abramos el corazón al amor, que como dijo JUAN PABLO II, el amor es mas fuerte derriba toda diferencia, todavía tenemos tiempo.
A mi me ha pasado cosas «raras» en una ocasión de sequedad espiritual pedí la gracia de ver… y antes de la misa vi un cilindro de luz celeste sobre el altar y el sacerdote que iniciaba la Misa. Yo creo que somo tan ciegos, que a diario dejamos de ver con los ojos del alma, todas las bondades y regalos de Señor. No obstante, El no se cansa de darnos señales tan bonitas y delicadas de su amor….para que nos convirtamos y creamos de nuevo