Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
30 Dic 17
Lucas 2, 22-35
Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor
Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.
Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, y una espada te atravesará el alma a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.
Al leer el episodio que comentamos hoy, vino a mi mente el recuerdo que vivimos los que tuvimos el regalo de presenciar el bautizo de nuestros hermanos menores. No podían faltar un montón de niños corriendo por todas partes y que expectantes esperaban las monedas que el padrino lanzaría para que ellos recogieran.
Pero las cosas cambian. Era una tradición chilena no menos querida que la tradicional presentación de los niños judíos al templo en tiempos de Jesús, que también ha ido cambiando.
Los primeros dos capítulos del Evangelio de Lucas, escrito en la mitad de los años 80, no son historia según el sentido en que hoy entendemos la historia. Funcionan mucho más como espejo de lo que estaba ocurriendo entre los cristianos del tiempo de Lucas. Las nuevas comunidades que habían nacido de las comunidades de judíos convertidos causaban tensiones y eran fuente de mucho dolor. Lucas insiste en decir que María y José cumplieron todo aquello que la Ley prescribe, evoca lo que Pablo escribió en la carta a los Gálatas.: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, sometido a la Ley para rescatar a los que estaban sometidos a la Ley, para que fuesen adoptados como hijos” (Gal 4,4-5).
La historia del viejo Simeón enseña que la esperanza, aunque se demore, un día se realiza, aunque esta no corresponde a la manera que nos imaginamos. En vez de un Mesías glorioso, en medio de tantas parejas que llevan a sus niños, él ve a una pareja pobre de Nazaret en lo que ve la realización de su esperanza, así como la del pueblo.
Es natural, por lo menos para mí, que surjan preguntas tales como: ¿por qué Jesús, hijo del Altísimo, y su madre María, concebida sin pecado, deben someterse a las prescripciones de Moisés? O, ¿cómo explicar esta «espada que traspasa»: se trata de una herida de las conciencias ante los retos y los requerimientos de Jesús? ¿O, más bien, se trata sólo de un íntimo sufrimiento de la Madre? ¿Puede significar algo esta escena para los padres de hoy, para la formación religiosa de sus hijos, para el proyecto que Dios tiene sobre cada uno de sus hijos, para los miedos y angustias que los padres llevan en el corazón pensando qué sucederá cuando sus hijos crezcan?
El pueblo judío del tiempo de Jesús observaba una multitud de rituales para marcar momentos significativos de la vida común. Estos rituales servían como un constante recordatorio de su relación con Dios y los alentaba a considerar toda la vida como sagrada. Hoy día muy frecuentemente ignoramos la gran mayoría de las tradiciones o rituales o los manejamos muy crudamente, y por lo tanto nos empobrecemos. Dios ha plantado algo en nuestros corazones que necesita encontrar significado en medio de los eventos cotidianos de la vida. “Necesitamos aprender a recibir la mañana con gratitud; a celebrar la bondad de los alimentos, de la familia y de la amistad; a reconocer el misterio en la bondad; y a marcar los ritos”.(Culpepper, 75).
Antes de terminar este comentario me voy a permitir plantear otras preguntas:
- ¿Por qué Dios envió a su hijo, el Rey de Reyes a una familia pobre? Es trascendental el hecho que Dios mandara a su hijo con una familia, y una familia pobre. Porque es en la familia donde se aprende lo que vino a enseñarnos Jesús: el amor. El rol que tiene la madre de amar a sus hijos, sobre todo porque lo tuvo dentro de sí, y el del padre de defenderlo y protegerlo son innegables, ambas características crean hijos felices, sanos y seguros de sí mismos.
- ¿Qué nos preocupa dejarles a nuestros hijos? Lo mejor, pero hemos definido lo mejor en cuestión de que “no les falte nada”; es decir, que tengan la mejor educación, todos los juguetes que quieran, el celular tal, las zapatillas o ropa de marca, etc. Es decir sólo cosas; lo material.
Quizás no vemos las características importantes en la infancia de Jesús: la sabiduría y la gracia de Dios obtenidas del amor de sus padres porque ellos le hablan de Dios y lo acercan a él.
Los sacrificios que hacen los padres por sus hijos no tienen medida, y aquí vemos un claro ejemplo en las palabras de Simeón a la Virgen: “y a ti, una espada te atravesará el alma”. María sabe que debe dar libertad a Jesús de cumplir su vocación, su misión, en la que lo acompañó toda su vida como discípula perfecta y obediente hasta aquel duro momento en que Jesús culminó con su tarea. Nos dio a su hijo sin egoísmo y con todo amor desde el inicio que vemos en este Evangelio y hasta el fin. Y a nosotros de los siglos XX, XXI, ¿es lo que nos mueve?
Isabel Margarita Garcés de Wallis
Pieso que muchos como yo siendo joven le dimos prioridad a valores entre comillas y que a nuestros hijos no les faltara nada pero olvidamos lo principal, Dios
VEO DOS COSAS EN ESTE RITO OBLIGATORIO EN LA FAMILIA DE NAZARETH….que los dos pichones eran el sacrificio…el antiguo rito …decía dos testigos….Jesús vino a dar cumplimiento a la Ley.. y los verdaderos testigos fueron Simeón el anciano y Ana la profetiza…
Por otra parte..en estos tiempos hemos perdido la maravilla…nosotros primero que nuestros hijos…ellos fruto de lo materialista de la formación que les hemos dado y que la sociedad influye…. en parte …pero principalmente fruto de nuestra poca fé….
¡¡ Que el Señor se apiade de nosotros y nos rescate una vez más!!