Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
31 Ene 15
Lucas 2, 22-40.
Mis ojos han visto a tu Salvador
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
“Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos…”.
Pese a que el texto de Lucas tiene una fuerte carga mística, podemos encontrar dos figuras de la vida cotidiana en el relato: la primera es el hecho que el niño Jesús se revela como Salvador a dos ancianos: Simeón y Ana, la profetisa. Aquí la vejez aparece como el sinónimo de la experiencia, del camino recorrido, de la capacidad de distinguir lo trascendente de lo efímero. Ambas personas se alegran de encontrarse con quien tanto esperaban: Simeón por medio de la revelación del Espíritu Santo y Ana por medio de las profecías.
Simeón le dice también a María que el camino de su hijo será motivo de contradicción de las personas. Y así fue: El paso de Jesús por nuestra Historia fue una “sacudida” a cómo las personas concebimos el mundo. Su tránsito tuvo mucho de enfrentamiento y discusión, reflejo de cómo es la vida.
La segunda figura cotidiana presente en la lectura es que este encuentro se produce durante un trámite frecuente, como era la presentación en el templo. Jesús podría haber gobernado como un poderoso rey, pero se hizo servidor de los hombres. Bien sabemos que Él cumplió con todos los ritos y oraciones del Judaísmo. De este gesto rescatamos la obediencia y la sencillez de cumplir con los mandatos de la religión y la renuncia a todo poder “violento” en virtud de servir a las personas.
Experiencia y cotidianeidad: Así viene a nuestro encuentro Jesús en nuestros días. Como se riega una planta a diario, así también se alimenta nuestra Fe: todos los días. Aprendimos de Él por medio de nuestros padres, o por algún conocido, quienes nos acercaron al bautismo y la comunión. A medida que crecemos le damos el matiz con que cada uno de nosotros quiere ofrecerle su vida, sea la oración o el servicio de quienes sufren. A través de nuestra existencia, Dios madura su presencia en nosotros y nos revela su propósito en nuestro ser.
Así como a Simeón y Ana Jesús se presentó en la cotidianeidad del templo, también se nos manifiesta a nosotros en las cosas simples. Nos habla a través de las personas y a través de acciones. Por medio de nuestros seres queridos y también por nuestros estudios y trabajos. Con gestos sutiles, que nos quedan en la mente, Jesús nos entrega una misión. Misión que queremos hacer, pero nos cuesta, porque seguirlo es motivo de contradicción ante el mundo.
Alegrémonos, porque al igual que Simeón, hemos visto al Salvador. Apliquemos sus enseñanzas en el trabajo, nuestros estudios o con nuestros amigos. Hagamos que con nuestras acciones otros también puedan reconocerlo y lleven su mensaje a otros, como la profetisa Ana. ¡Seamos fermento de Dios para quienes nos rodean!
Lo que Luís reflexiona, es cierto solo que personalmente no encuentro que sea tan difícil seguir a JESUS, hay pequeños detalles que uno puede percibir donde se aplica el caminar de JESÜS.
Son muchas veces detalles que no se perciben claramente y que se dan entre los amigos, vecinos y hermanos en CRISTO-JESÜS, como un llamado, como un buen apretón de manos, son simples pero por algo hay que empezar. También con los que pensamos que son nuestros enemigos porque esa es la gracia entregar al que no te quiere y eso refleja que estas entregando el amor de JESÜS.
Me ha gustado mucho la reflexión de mi hijo Luis porque dentro de su juventud inicia un reconocimiento a la sabiduría del nombre y la mujer mayor personalizados en las figuras de Simeon y Ana , situación cada vez menos valorada en el mundo contemporáneo que desecha y maltrata a los ancianos y les niega un espacio de reconocimiento y gratitud. Luis Lira Weldt
Comparto cada palabra de este comentario.
«A través de nuestra existencia, Dios madura su presencia en nosotros y nos revela su propósito en nuestro ser», «Misión que queremos hacer, pero nos cuesta, porque seguirlo es motivo de contradicción en el mundo», «¡Seamos fermento de Dios para quienes nos rodean!»; me parecen palabras de gran sabiduría y conmovedoras, perfectamente contextualizadas, en una mirada esperanzadora.
Cuando encontremos en Dios, el «fin» de nuestras vidas, podemos irnos en paz.
Excelente observación la que nos da Luis. Gracias.