Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
01 Dic 18
Lucas 21, 1-4
La ofrenda de la viuda
Jesús levantó la mirada y vio a unos ricos que depositaban sus ofrendas en el arca del tesoro del Templo. Vio también a una viuda muy pobre que echaba dos moneditas. Entonces dijo: «En verdad les digo que esa viuda sin recursos ha echado más que todos ellos, porque todos ésos han dado de lo que les sobra, mientras que ella, no teniendo recursos, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
Hay pasajes que se repiten en nuestra lectura y desde luego también en los comentarios de esta columna. Ya otras veces hemos reflexionado sobre esta viuda pobre pero entregada al prójimo… De todos modos, siempre hay algo más que pensar y decir sobre ella…
Ahí tenemos una pobre entre las pobres: una viuda, hecho que de por sí la convierte a una mujer en pobre en aquellos tiempos y mujer, encima, que la hacía un material de segunda para entonces, e incluso, para algunos hoy día. Evidentemente no tenía lo suficiente para vivir, sin embargo, saca lo poco que tiene para dar su limosna, mientras que el mismo Jesús se da cuenta que los ricos en el templo, sobradores y altaneros dan de lo que les sobra y miran con desdén a los pobres. Esto de ricos y pobres fue siempre como una obsesión en Jesús, la que no debe dejar de cuestionarnos.
Este pasaje revuelve en mi memoria aquellos días cuando de joven trabajé en el campo, visitando casa por casa, cuartito por cuartito, estudiando cómo mejorar las viviendas de los campesinos en Bolivia. Y desde las casas más pobres que podemos imaginar, siempre hubo una sonrisa ante mi llegada y una mano extendida que me invitaba un platito de “papa huayco” con su huevito, diciendo “sirvase estito por lo menos”, mientras de cuclillas, a su usanza, contestaban mis preguntas… y si se hacia de noche me invitaban un rinconcito y una frazada para descansar.
Pero, cuando ese mismo campesino visita la ciudad, lo miramos hasta con desprecio y si acaso alguno pide unas moneditas para comer, pensamos: ¡ese tipo flojo que se vaya a trabajar! Y nunca jamás se nos ocurre invitarlo a nuestra casa, a sentarse a la mesa con nosotros y menos a pasar la noche, que seguro no tiene dónde pasarla. Los ricos de nuestros días tal vez dan algunas moneditas en la colecta dominical para calmar su conciencia, pero guardan sus buenos pesitos en el banco para gastarlos en la ropa de última moda, ¡el modelito de carro que más luce, la inversión que más rinde o el último grito del día en computadora o celular!
Los pobres de estos días son también los miles de migrantes que se han echado al camino, escapando de la miseria o dificultades que viven en su país y buscando un anhelado mejor futuro… la pobre viuda es, a la vez, los miles de centroamericanos y mexicanos que con lo poco que tienen salen a su paso ofreciéndoles algo de comida o de apoyo… Y el rico que los mira de arriba para abajo ¿será aquel que ofrece recibirlos con un ejercito armado y fusiles si se atreven a entrar a su casa?
Y, ¿qué hacemos nosotros, hermanos, ante esta situación? ¿Qué decimos? ¿Qué haría Jesús al verlos cansados y sudados en el largo camino? Personalmente tendríamos primero que tomar conciencia y luego ¡alzar nuestra voz y responder! ¡Decir algo!
Ante la escasez y el hambre de la multitud, Jesús siente compasión; y luego les da milagrosamente de comer (Mc 8, 1-9). Pero más tarde, no les da ninguna señal milagrosa a los fariseos. A continuación, tampoco realiza un milagro junto a sus discípulos cuando se encuentran ellos sin pan, sino que los hace reflexionar sobre su actuación y enseñanzas, advirtiéndoles finalmente sobre el asunto de la levadura.
Ante el reconocimiento de los sufrimientos y dolores de los demás, la reflexión sobre la pobreza, la desigualdad, la migración, la enfermedad y muchos otros «males» del mundo; tenemos que dirigir nuestra oración a Dios y pedir encontrar el alivio y la fuerza en la fe, el amor, la esperanza, y la paz. Cualquiera que sea el motivo de aflicción o condolencia, debemos orar conforme a la religión, pues al cristiano, lo único que le queda es rezar por el prójimo (Lc 10, 29-37), vivo o fallecido, independiente de las convicciones de este. En cuanto a la «maldad» presente en ciertas personas o grupos sociales, considere el deber de apartarse (2 Cor 6, 14-18).
Para quienes «la están pasando mal» y son creyentes, se les debe alentar con las palabras del Evangelio en Mt 6, 31-34 para que sobrelleven sus carencias y preocupaciones materiales. Los discípulos de Jesucristo lo dejaron todo para seguirle, al igual que los santos y ascetas del desierto. Considere que el estilo de vida ascético pretende purificar el espíritu por medio de la negación o abstinencia de los placeres materiales y que opta por alejarse de cualquier contacto con lo profano por medio de una vida de privaciones, penitencia y oración.
《Que nada te turbe, que nada te espante, pues todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta.》
Ante la delicada cuestión del dinero, es preferible destinarlo al cumplimiento de lo ordenado por el Estado a través de sus impuestos, lo cual concuerda con el texto de Lc 20, 25. Así evitaremos caer en su ídolatración como fuente de felicidad y curación de los males actuales del mundo.
Jesús enseña a dar gratis lo que hemos recibido gratis de Dios (Mt 8, 10); lo que si así gusta usted también entender, puede aplicarse a los talentos y recursos que tenemos a nuestra legítima disposición, y que libremente y con generosidad podemos llegar a emplear en beneficio y servicio del prójimo.
Nadie es bueno, sino que uno, Dios. Cualquier cosa o acto sin Dios, o que no nos lleve hacia Él, no es bueno. Recuerde que las obras de vida son las que se hacen según los mandamientos con la alegría del espíritu para la gloria de Dios (2 Cor 6, 3-10).
Porque somos espiritualmente ciegos, no podemos juzgar correctamente sobre el estado espiritual y anímico de otro ser humano cuyas circunstancias objetivas de su vida desconocemos. No podemos ni tenemos derecho a decir que una persona, o incluso una nación, se ha condenado; es un juicio que compete únicamente a Dios. Sin embargo, alguien débil e indiferente al ideal del Evangelio, no se mantendrá en la verdad; y tarde o temprano esa persona no resistirá la tentación, entonces traicionará a los suyos, se traicionará a sí mismo, y también traicionará la fe. Algunos quedarán atrapados en circunstancias trágicas, mientras que otros puede que se llenen de esperanza.
En gran parte del mundo el Estado no ha llegado a la mejora de las condiciones de vida de la parte más pobre de sus ciudadanos, ni menos brindado un decidido apoyo a la misión educativa cristiana. Así ha crecido la decadencia espiritual y moral, y la indignación. Pero Dios no hace nada por represalia, sino que tiene en cuenta el beneficio que se deriva de Sus acciones. Entonces, puede ser que el abatimiento extremo les purifique para ser llevados por Dios a la humildad por el duro camino de la humillación, y que lleguen así de nuevo a la verdad de la fe que salva. Siempre ha sido así, pues «en su angustia, ya me buscarán», dice el Señor (Os 5, 15). Pues Dios es gloriosamente glorificado sobre todo en el arrepentimiento de sus hijos, en su venida a Él con corazones ascéticos decididos a convertirse en nuevas vidas.
《 Para morir de manera segura, uno debe creer y luchar por una felicidad diferente a los placeres terrenales, uno debe creer en algo distinto. ¡La vida es feliz, debemos creer en Cristo, quien con su muerte en la cruz conquistó la muerte y nos concedió la resurrección! Sólo la fe sincera, viva y activa en Dios puede infundir fuerza, valor y abnegación en el alma de un guerrero cristiano.》