Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
23 Ago 10
Lucas 4, 16-30
«Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres… Ningún profeta es bien mirado en su tierra»
En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?» Y les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»; haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm». Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaban.
Jesús se presenta en el templo de Nazaret que era la ciudad en la que se había criado. Allí era conocido por gran parte de los fieles que semanalmente acudían al templo. Muchos de ellos le habían visto crecer junto a sus hijos y era conocido como el primogénito de María y José, con quienes formaba una ejemplar familia.
Aquel día le correspondió leer las lecturas del profeta Isaías 61,1-2 y 58, 6. “el espíritu del Señor está sobre mí, porque Yahvé me ha ungido. Me ha enviado con buenas noticias para los humildes, para sanar a los corazones”.
Al subir al estrado nadie lo reconoció. También ahora ocurre que Jesús se presenta ante nosotros encarnado en nuestro prójimo pero, no le reconocemos, como lo hacía San Alberto Hurtado, que veía a Jesús en cada mendigo, en cada hermano.
De acuerdo a los que nos dice el texto de San Lucas, como cristianos nos corresponde dar la buena noticia a los pobres ¿qué hemos hecho nosotros?
Estamos presentando una iglesia desunida, dividida; una iglesia en que la jerarquía se preocupa más por el poder, que por el pueblo de Dios; más por las reglas y directrices que por el amor; más por los pecados que por los pecadores. Una iglesia cuya verticalidad en el mando es lamentable, donde se silencia la verdad para así no herir a nadie y no crear mayores problemas. Una iglesia que no se compromete.
Nos corresponde proclamar la liberación de los cautivos y la recuperación de la vista a los ciegos y ¿qué presentamos? Una iglesia jerarquizada que no ve o no quiere ver lo que está pasando en el mundo y prefiere esconderse en los templos para orar y pedir clemencia a Dios. Que no se mete en el mundo a trabajar en lo que realmente hace falta. Donde lo que más le preocupa es la moral sexual, y las desviaciones sexuales, en lugar de predicar y vivir el amor.
Nos corresponde poner en libertad a los oprimidos y nos encerramos en cuestiones legales y reglamentos ya pasados de moda que no tienen ningún soporte ni asidero en la actualidad.
Recordemos que Cristo fue pobre y humilde. No usaba mitra ni anillos, y entonces no se usaba el besamanos de los obispos. Cristo nunca se sentó en un trono, cuando más, lo hacía en una piedra. Lo primordial para el era el amor.
Recordemos que los primeros discípulos fueron solamente doce pescadores y la iglesia no requería grandes basílicas ni construcciones para funcionar.
Recordemos que la iglesia somos nosotros los fieles que se reúnen en nombre de Dios y cuando eso ocurre, El está con nosotros. Quisiéramos ver a una iglesia comprometida con la humanidad, firme en su actuar. Pero para poder lograrlo, es indispensable actuar como Jesús nos encomendó.
De la crisis actual de la iglesia, también nosotros tenemos algo de responsabilidad y es que como laicos no hemos insistido en que la jerarquía nos escuche y se nos tome en cuenta: tenemos mucho que decir.
En su historia, la Iglesia ha sufrido múltiples crisis, de la que siempre ha salido victoriosa, como dice Lc. 1, 54-55: “de la mano tomó a Israel, su siervo, demostrándole así su misericordia. Esta fue la promesa que ofreció a nuestros padres, a favor de Abraham y de su descendencia para siempre”.
Muchas gracias Percy por tu comentario que me interpreta en plenitud. Quisiera retomar la parte que nos compete a nosotros, el pueblo de Dios, los Laicos que dan sentido a los ideales que nos enseña Jesús…somos terriblemente flojos, cómodos e inconsistentes…tibios, de esos que son «vomitados por Dios». Ya es hora que tomemos en serio la Misión, y que seamos ejemplo viviente de la Palabra, siendo honestos, humildes y serviciales. Sin un cambio nuestro, no hay caso. Sigamos a Alberto Hurtado y a Teresa de Calcuta grandes e iluminados maestros…
La reflexión que ha hecho nuestro amigo Percy esta semana me interpreta plenamente. Si buscamos en Internet y otros medios de comunicación, opiniones de católicos sobre la crisis que vive nuestra querida Iglesia Católica, de la cual somos también responsables, no encontraremos nada, a excepción de algunos sacerdotes jesuitas y domínicos y de religiosos que han dejado el sacerdocio. ¿Por qué los laicos no hemos hecho oír nuestra voz crítica? Pienso que no ha sido por temor a la sanción de la autoridades eclesiástica, sino por nuestra falta de fe al no creer que Dios está presente en las inquietudes del Pueblo de Dios y que Él, habiendo tenido infinita paciencia, llegará el momento en que actuará para que la añosa y cerrada estructura eclesiástica -construida por los hombres- se abra al mundo e incorpore activamente y con la debida autoridad a los laicos, dejando atrás las promesas y declaraciones que nunca se han concretado. No podemos seguir pegados en el pasado reflexionando en lo que Jesús hizo y dijo hace más de dos mil años. Todos, autoridad eclesiástica, religiosos, religiosas y laicos, debemos reflexionar qué es lo Jesús nos diría y haría hoy. ¿Se nos presentaría con el fino y ostentoso ropaje de los cardenales y el Papa? Su residencia ¿la fijaría en el Vaticano? ¿Se haría acompañar por un séquito de servidores? Ante la presencia de sus fieles, sin importar su condición y jerarquía, ¿se complacería con la solemne reverencia que se le da al Papa, Cardenales y Obispos, tal como se sigue haciendo hoy a los reyes? ¿Extendería su mano, para que le besen el anillo de oro?
He quedado sorprendida al leer lo que ha comentado Percy Wallis como laico, sabiendo que en Percy hay una fidelidad y amor por la Iglesia de Cristo que en su vida diaria ha demostrada en tantos años que lo hemos conocido. Yo pienso exactamente igual, pero me cuesta decirlo o expresarlo públicamente. Lo que dice Percy no es un desacato ni un llamado rupturista, es expresar lo que sienten muchos católicos hoy en día ante una Iglesia estática, alejada del mundo real de los laicos, en la que parece no estar presente el Jesús vivo de Nazareth. Gracias Percy y felicitaciones.
Tomo las palabras de Ana María Benítez para valorar todavía más el comentario de Percy porque conozco su fidelidad y profundo amor a la Iglesia de Cristo. Si viviéramos hace siglos antes de Cristo, diríamos que Percy habló lo que Yahweh le pidió que lo hiciera preparando los caminos del Mesías. Si viviéramos en tiempos de la Iglesia primitiva diríamos que Percy habló con la autoridad y la osadía que concede el Espíritu Santo para aquellos que anuncian la Buena Nueva del Reino. Hoy día diremos que Percy es la voz de los que creen en la Iglesia que Cristo soñó y anheló como sacramento del amor de Su Padre para el mundo. Somos testigos y «portavoces» del Espíritu Santo que nos ilumina para proclamar la misericordia de Dios para su Creación. Escuchemos y guardemos en nuestros corazones las palabras de Percy, a quien agradezco el animarme la fe.