Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
07 Mar 15
LUCAS 4 – 24,30
«Jesús, igual que Elías y Eliseo, no ha sido enviado únicamente a los judíos»
En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Vivimos en un mundo de competencia, también cargado de intereses y convencionalismos arraigados en tradiciones sociales y religiosas, los que solapadamente son transgredidos, pero que mantienen su regencia en la mayoría de las sociedades y por ende en las personas, debido a las múltiples doctrinas y leyes que los avalan.
La apertura a los cambios, en los distintos sistemas políticos y sociales que nos rigen, es prácticamente imposible de practicar, porque estos atentan contra los intereses de quienes los manejan. Pero esto no es una cuestión de estos tiempos o de algún lugar específico sino más bien inherente a la especie humana; esto, sumado al pecado de la envidia, hace que cada persona que tiene ideas distintas a las de su medio y su época, sea claramente discriminada, muchas veces ridiculizada, o incluso castigada.
Sócrates, filósofo griego, fue obligado a beber la cicuta y morir envenenado, por el hecho de introducir en su medio conceptos como: justicia, amor y “virtud”; causa por la cual fue acusado de “corruptor de la juventud”.
Muchos son los artistas y pensadores en el mundo entero, reconocidos actualmente como excepcionales, en sus vidas fueron claramente despreciados, porque transgredían, con su creatividad y visión, los patrones establecidos.
Algunos escritores chilenos, cuyas obras han sido traducidas a muchos idiomas, vendiendo millones de ejemplares, han obtenido poco o ningún reconocimiento dentro del país (Rivera Letelier, Isabel Allende y otros tantos). Más patético aún, resulta el caso de nuestra Gabriela Mistral, quien recibe el premio Nobel de Literatura en el año 1945, y sólo le es otorgado el premio Nacional de Literatura el año 1951, seis años más tarde.
El pueblo Judío del tiempo de Jesús, creía y esperaba al Mesías, quien los liberaría de la opresión política, social y económica a la que estaba sometido. Pero Jesús llega con su “divino mensaje”, totalmente distinto a lo esperado y, de alguna manera, frustra la posibilidad de obtener la redención tal y como ellos la esperaban.
El hijo de un carpintero traía la “voz del Padre” y promulga entonces la “ley del amor”, la cual rompía con todos los paradigmas regentes en la sociedad de la época, por lo que fue severamente castigado.
Doloroso resulta, darnos cuenta que las limitaciones humanas no nos permitieron reconocer al Profeta, al Mesías, al Cristo, hace 2000 años; pero lo que es peor, consecutivamente a través de los tiempos, cerramos nuestros ojos a la “virtud”; y como los contemporáneos a Sócrates, terminamos “censurando”, “condenando”, y a veces “castigando” la voz de Cristo, quien pregona de manera categórica y para todos los siglos: la Justicia , la Verdad y el profundo Amor,…………… Aún en estos días, en esta tierra…. no reconocemos al Profeta del Amor.
Tienen razón olvidamos el Dios amor que habita en nuestro interior que a veces observamos en nuestros seres queridos y más frecuentemente cuando eran pequeñitos. Albert Einstein escribió esta carta para su hija Lieserl, que habla de esta realidad que domina al mundo (un estracto)
«Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el AMOR.
Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas.
El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor.
Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida. Ésta es la variable que hemos obviado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo.
Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E= mc2 aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites.
Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser sintiente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta.»
Yo digo que la tarea será entonces orar abriendo o despertando el corazón al Amor, a Dios que envía a su hijo predilecto a dar testimonio de su potencia divina y que no se deja nada para sí, que derrama toda su sangre y que se queda habitando en la ostia santa, en los sagrarios para no abandonarnos y ahi se queda esperando que le hablemos, le visitemos, que le contemos nuestras cosas, problemas y agradecimientos, como un amigo, solo que es Dios, un Dios mendigo de nuestra libertad, mendigo de nuestro amor pequeño y mezquino