Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
21 Sep 19
Lucas 7, 36-50
“Sus muchos pecados son perdonados, porque tiene mucho amor”
Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». El dijo: «Di, maestro». Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. «¿Quién de ellos le amará más?» Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra». Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Cada vez que realizamos una crítica u opinamos sobre algo, debemos pensar que existen al menos dos formas de ver y discernir sobre la realidad. En este pasaje vemos la actitud de Simón el fariseo, por cierto, bastante soberbia: «Si supiera quién es esa pecadora…»; y por otra parte la actitud de Jesús ante el mismo hecho, quien le dijo a la mujer: «Tus pecados quedan perdonados». Una vez más, Jesús nos muestra una actitud amorosa hacia el prójimo.
¿Cuánto amor es demasiado? ¿Cuánto perdón es demasiado? Cada vez que leemos algún pasaje de los evangelios debemos considerar que se trata de relatos sobre la vida de Jesús, los cuales en conjunto tienen un solo objetivo: mostrarnos el amor sin límite que él tuvo hacia nosotros. Justamente por eso es a veces tan difícil entender lo que leemos, pues para los seres humanos entender un amor ilimitado es tarea prácticamente imposible. Precisamente de esa forma Simón pensaba para sí y criticaba a Jesús por su disponibilidad de ser visto y tocado en público por una pecadora. Veía el hecho desde la mirada del cumplimiento de La Ley de Moisés, de lo que puede y lo que no puede hacer una persona y no desde los ojos del amor.
Pero Jesús, como siempre, nos sorprende más allá de lo que somos capaces de entender. El ama sin límite, y por tanto perdona sin límite. Sin embargo, no es el amor de Jesús lo que más llama la atención en este pasaje del evangelio, sino el amor de una mujer considerada por la sociedad como pecadora, hacia Jesús. La entrega de la mujer hacia él es muy grande, casi sin límite, limpiando sus pies con sus cabellos y perfumándolos. Ver esa clase de entrega de alguien hacia el prójimo es poco común, sobre todo en nuestros tiempos. Por eso, este pasaje nos cuestiona nuestra capacidad de amar. Cuán fácil es la crítica y cuán difícil es el amar. Nuevamente cuestionarnos, ¿Cuánto amor es demasiado? ¿Cuánto perdón es demasiado?
Mi parecer, es que debemos enfocarnos más en el actuar hacia el prójimo que en criticarlo. Cada quién tiene su propia historia de vida personal, con sus luces y sus sombras, con actos de bien y otros quizá de “pecado”. ¿Quiénes somos nosotros para hablar de los pecados ajenos? No somos nadie…
Nuestra fe en Dios y en su infinito amor y nuestros “actuares concretos” deberían estar siempre de la mano, no es posible entender la una sin la otra. Una fe sin acciones de parte nuestra es una fe incompleta, estéril. En este pasaje del evangelio de Lucas, la fe de la mujer arrepentida se manifestó en obras concretas, no sólo gestos. Es interesante notar que de hecho el Evangelio no nos dice si la mujer pronunció alguna palabra. Ella actuó motivada por el amor, lo cual dio muestra de su fe… Una fe que le valió el perdón y la salvación. Fue el borrón y cuenta nueva que sólo el amor de Dios puede dar.
Finalmente, una breve reflexión. Nuestra vida cristiana no se trata de ser intachables por mero puritanismo, o por cumplir con los mandamientos, tampoco se trata de confundir el pecado con el pecador. Se trata sencillamente de sabernos hijos de Dios, necesitados de la constante redención de Cristo mediante su perdón. Con esa actitud de fondo sabremos discernir cómo tratar con los demás, sin juzgar, sin criticar… sobre todo, con actuar.
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