Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
17 Mar 18
Lucas18, 9-14
“El publicano bajó a su casa justificado y el fariseo, no”
A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.’ En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’ Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado.»
Tuve una amiga que era apasionada por su idea de Dios. Habitualmente, nuestras conversaciones terminaban en su crítica a los que no eran como ella, en juzgar y criticar sus actitudes, en sus formas no tan convencionales de vivir, es decir, su justificación para mirar al resto de las personas. Ella era una persona de gran calidad moral, que hacía, de acuerdo a sus principios, todo de la manera correcta, desde criar a sus hijos, gastar su dinero o establecer prioridades. A mi manera de ver, el problema era que lo usaba para justificar su mirada reprobadora de como pensaban o actuaban los demás. Es decir un verdadero fariseo accidental.
Me preocupaba su profunda sensación de frustración y desdén con los que no era sus pares. En vez de sentir compasión, era arrogante exigiendo más de los otros en vez de ayudarlos a madurar. Tremendamente adicta a las reglas se quejaba de cosas nimias, como criticar el tipo de Jeans de moda, el automóvil que conducían o el barrio o la casa que habitaban los demás. Como los fariseos de antaño idolatraba el pasado, rechazando los cambios en la iglesia moderna o las actitudes de la juventud.
De acuerdo con la parábola que comentamos, en tiempos de Jesús, el publicano era el recaudador de impuestos indirectos (peajes, tarifas, aduanas, etc.), que para operar este negocio con ganancias tenía que colectar más de lo que se les debía a los romanos, razón por lo que los judíos los odiaban por ser mercenarios al servicio del Imperio Romano.
La diferencia entre las actitudes opuestas del fariseo y el publicano hacia Dios se muestra en sus oraciones. Los fariseos eran progresistas que adaptaban los mandamientos bíblicos a las necesidades y realidades de su tiempo. Creían en el libre albedrío y la recompensa o castigo en la vida venidera. Tenían un interés especial en la pureza ritual, el diezmo y la observancia del sábado. El fariseo no falla porque vive una vida virtuosa y se esfuerza por vivir según los mandamientos de Dios. Él falla a causa de su actitud, por la cual se enaltece y desprecia a quienes no tienen tanto éxito en cumplir con los mismos mandamientos. Esto es lo que Jesús crítica, la forma en que el fariseo ora dándole las gracias a Dios de forma que se glorifica a sí mismo y no a Dios. Similarmente, Jesús no nos propone al publicano como un modelo porque es un pecador, sino por su actitud penitente frente de Dios. El hecho de que el ejemplo negativo de la parábola sea un fariseo sirve como aviso de que los líderes de la comunidad son particularmente vulnerables a este peligro. Por tal razón, hay que tener mucho cuidado de no estimar al fariseo de la parábola como el representante del fariseísmo o del judaísmo en general. Lo que Jesús critica es su actitud, y todos somos capaces de actuar igualmente. El publicano muestra que hasta los peores pecadores con verdadero remordimiento pueden acercarse a Dios y tener confianza en su misericordia. Su oración es breve y eficiente, quedando Dios como el actor principal, ora con humildad, remordimiento y en actitud penitente. En cambio el fariseo, en vez de glorificar a Dios, él se enaltece y menosprecia a los pecadores.
De esto colegimos que Dios evalúa según criterios diferentes a los nuestros… con misericordia… lo que debiera ser la característica base de nuestro trato con los oros. Lo verdaderamente importante es descubrir que, cada uno de nosotros tenemos algo de fariseo y de publicano. Ambas figuras conviven en cada cual. Es que no hay nadie absolutamente bueno, ni intrínsecamente malo. Pero la mayoría no descubrimos lo que tenemos de malo y nos creemos por encima de los demás. En cambio el que descubre lo malo en sí mismo, está en mejores condiciones para adoptar la postura del publicano que le llevó a ser aceptado por Jesús, sin olvidarnos que no es lo esencial ser perfectos cumplidores, sino tener una actitud humilde ante Dios y ante el prójimo.
Debo reconocer que también caigo en la arrogancia al recordar la actitud de mi amiga. La buena noticia es que si hemos iniciado inadvertidamente el camino del fariseo accidental no tenemos que quedarnos allí. Al reconocerlo podemos rectificar y volver a poner nuestra mirada en la misericordia.
Isabel Margarita Garcés de Wallis
Tengo un amigo ateo, es más en muchas ocasiones ridiculiza los ritos de nuestra Iglesia. Siento embargo yo siempre le digo tú tienes a Dios dentro de ti. Él cuando lo pongo en esa situacione, no sabe qué contestarme. Yo pienso que realmente es así, pues no conozco otra persona más humilde y generosa. Buen amigo, por ejemplo, le he visto tomar las recetas médicas de enfermos ¡carísimas! (100.000 pesos para arriba)y silenciosamente las compra y las deja, sin ojalá ningún testigo. Es solidario con su tiempo (ingeniero muy ocupado) en acompañar a todo quién lo necesite, bueno…y otras tantas cosas, pero que ya me extendería demasiado. Lo que quiero decir con esto; es que Dios está en la bondad de los hombres, en el amor al prójimo, más que en el fiel cumplimiento a los ritos, que sí bien para nosotros son necesarios, no nos hace dueños de la verdad ni del amor a Dios.
Los progresistas de hoy hacen leyes que se acomodan a los tiempos pero no a Dios y nosotros los domingos intentamos abrir el corazón, alcanzar un estado de fragilidad, de poca cosa, de humillación ante El que restablece las cosas a plenitud