Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
03 Jun 13
Marcos 12, 28b-34
“No hay mandamiento mejor que estos”.
Entonces se adelantó un maestro de la Ley y le preguntó: « ¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Jesús le contestó: «El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos.» El maestro de la Ley le contestó: «Has hablado muy bien, Maestro; tienes razón cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todas las víctimas y sacrificios.» Jesús vio que ésta era respuesta sabia y le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y después de esto, nadie más se atrevió a hacerle nuevas preguntas.
Amar a Dios nos implica tener una profunda fe, ya que nuestra limitación humana nos descoloca frente a una situación que está más allá de la razón práctica. Ciertamente es importante la educación y formación que se adquiere desde pequeño en el ambiente familiar y el testimonio de vida de nuestro alrededor. Pero, es insuficiente. En definitiva, lo que inclina el balance es una actitud personal del libre albedrío que deja de lado lo inteligible y en ello interviene nuestro Dios-Padre: la característica esencial de la fe es que “es un don gratuito de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Dios” (Nº 53 del Catecismo). “El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos» (Nº 56).
En mi caso, desde pequeño, no obstante provenir de una familia muy creyente y haber tenido toda mi educación en instituciones de la Iglesia, tuve muchas dudas las que a medida que iba creciendo me condujeron a ser casi un agnóstico. Pero a los inicios de mis cuarenta años recibí ese “don”, quizás fruto de mi incesante búsqueda. Dejé de investigar y ahí Dios me dio la Fe.
Invito a cada uno a revisar su fe y desde allí, situarse en definitiva como hombre/mujer de fe, no por tradición familiar ni ambiente cultural ni por ser un mandamiento (deber u obligación) sino por sentimiento de su corazón: sentirse hijo de un Dios-Padre que te ama y que te retribuye para unirte a Él, tu Dios.
Desde ese mismo corazón, vendrá como consecuencia nuestra actitud de amar al prójimo, esto es, a nuestros hermanos, hijos de este mismo Dios-Padre, con igual cariño, apego y sensibilidad, para conformar una sola Gran Familia. Ser amorosos con el prójimo no puede ser solo una actitud virtuosa de solidaridad, sino mucho más que ello: debe ser la respuesta desde lo más profundo de nuestro corazón al calor del amor que nos entrega nuestro Padre-Dios. Amar a nuestros hermanos y a todos los miembros de la familia del Señor haciéndolo o tratando de hacerlo tal como Él lo hace.
¿Es así como vivimos hoy nuestra Fe? Lamentablemente, hay una permanente incoherencia entre Fe y Vida. Amamos, o decimos que amamos a Dios, pero lo hacemos en dimensiones muy diferentes con respecto a la gran Familia que pertenecemos. ¿Será por una actitud acomodaticia, frialdad de corazón, egoísmo, desidia, ceguera para no ver con los ojos del Señor las injusticias, exclusiones, discriminaciones, abusos, abandonos, de gran parte de nuestros hermanos?
Para los cristianos, lo que nos dice el Nuevo Testamento no debemos tomarlo livianamente -sin compromiso- solo como “sabiduría” u orientación de conducta y moral necesaria para la convivencia social, a veces como algo utópico o “sueño” de Jesucristo para ser leído u oído en los sermones en el templo, sino como una respuesta clara, precisa, testimonial con hechos y no meras palabras de buenas intenciones. Si afirmamos y creemos sinceramente en Dios y lo amamos, como también amamos a sus hijos, nuestros hermanos, es decir, a nuestro prójimo, estaremos siendo verdaderos cristianos.
¡Qué lejos estamos hoy en día de ello! El evangelio de esta semana nos invita a revisar nuestra coherencia entre la fe y la vida que llevamos no solo en el ámbito personal, familiar, espiritual, sino dentro del quehacer social, profesional, empresarial, laboral, gremial, cultural, cívico y político
Francois Partoës, sacerdote jesuita francés contemporáneo, en una publicación del año 1992, entrega el siguiente relato que nos ayuda a una mejor compresión del tema que nos ocupa: «En una entrevista ya antigua, le preguntaron al director de cine Fellini: -Si tuvieras que morir mañana, ¿qué harías? Fellini contestó -«Me esforzaría en estar más atento a mi prójimo, y en la calma, trataría de comprender a las personas que me rodean, de saber si he sido algo para ellas«. Así, -agrega el padre Partoës, “nuestro juicio último se efectúa cada día y pasa por ese juicio de los demás sobre nosotros, por esa relación vital con ellos. Conviene pues que los demás, es decir, lo que nosotros somos para ellos, sean el objeto principal de nuestro examen; las verdaderas coordenadas de nuestro día son esas relaciones y no nuestras actividades o nuestro trabajo en sí mismo. Este encuentra tal vez su sentido justamente en la relación que por él entablamos con los demás (…). El mandato del Señor: «Cuando presentes tu ofrenda en el altar, si te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt. 5,23) es de hecho una ley de la vida espiritual de la que es imposible prescindir»
Dejo, pues hecha la invitación, para reflexionar no solo en forma personal sino también en grupos y en el ámbito del diario que hacer, lo que nos plantea esta semana el Señor.
Amar a Dios, ¿Cómo es este amor, tan complejo de entender, y tan difícil de describir?, recuerdo que de niña, cuando aprendí los “Mandamientos de la ley de Dios”, siendo muy pequeña aún (7años aprox.), con unas amigas conversamos que era imposible querer más a Dios que a nuestros padres, pues, para esa edad, los papás cobran la mayor expresión de amor (probablemente porque de ellos depende la sobrevivencia); ¿Cómo amar a alguien tan abstracto para un niño como Dios, más aún si se le atribuyen cualidades imposible de comprender para esa edad , como la omnipresencia, la eternidad, la omnipotencia, etc., por un “mandato”?; y peor aún, si se descubrían nuestros pensamientos, seríamos castigadas con las penas del infierno, ¡por pecadoras!. Ahora me resulta bastante hilarante, pero recuerdo incluso haberlo sufrido,…. después haberlo pensado,…. y de adolescente haberme revelado.
Más tarde, fui entendiendo que el amor a mis padres, era también parte del Amor de Dios, ya que es una energía que se transfiere en la bondad y en la entrega; y nace de la profundidad de nuestro espíritu para todo lo que nos rodea. Amar a Dios es reconocer en la creación del universo su presencia y en todos los seres que forman parte de ella; Amar a Dios es alumbrarse con la luz de la verdad; Amar a Dios es sentir que la bondad se adueña del alma humana poco a poco, inhabilitándola para poder actuar mal, pero fortaleciéndola ante él; Amar a Dios es sensibilizarse a la bondad de otros y reconocerles como parte del Amor, es decir como parte de Dios; Amar a Dios es entregarse a este poder de bondad, con alegría, con fervor, con pasión.
Amar a Dios es entregar el corazón a esta locura desbordante de alegría y felicidad plena, que fluye como torrente de agua fresca y provoca gran paz interior, y puedes volar a dimensiones insospechadas en la vida, con alas de bondad, y la verdad inexorable e irrebatible de su existencia.
Ahora una persona con un corazón que es pleno del Amor de Dios, ¿cree alguien que podría actuar en contra de otro mimbro de su creación, más aún tratándose de un semejante?.
El Amor a Dios hace valiente; firme ante la avaricia, envidia y la codicia ¿Qué podrías necesitar si lo tienes todo?, por ejemplo, el avaro nunca lo tendrá porque siempre necesitará más; hace combatientes en la vida con el escudo de la fortaleza ante los embates dolorosos que la vida tiene para todos. Amar a Dios es sensibilizarse al dolor del prójimo, es abogar desde nuestras posibilidades por la justicia, es amar y verle en toda la humanidad, es también amar y verle en todo lo creado por Él.
El Espíritu Santo acude al llamado del alma humana, de distintas maneras y en diferentes épocas de la vida, para regalarnos el don de la fe, y hacernos conscientes del “Amor Divino”; ahora de adulta, ya no me resulta un mandato difícil, me parece un maravilloso lazo que une el espíritu humano con el del Padre, el cual en mi caso, voluntariamente no quiero cortar, por el contrario, tratar de hacerlo firme e indestructible, para que perdure después de mi muerte, y mis huesos vuelvan a formar parte de su Creación.
En ello pongo mi esfuerzo…………tantas veces no lo logro,………pero conservo la esperanza………..