Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
15 Ene 21
Marcos 1:29-39
Jesús sana a los enfermos
Al salir de la Sinagoga, Jesús fue a la casa de Simón y Andrés con Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, por lo que en seguida le hablaron de ella. Jesús se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. Se le quitó la fiebre y se puso a atenderlos. Antes del atardecer, cuando se ponía el sol, empezaron a traer a Jesús todos los enfermos y personas poseídas por espíritus malos. El pueblo entero estaba reunido ante la puerta. Jesús sanó a muchos enfermos con dolencias de toda clase y expulsó muchos demonios; pero no los dejaba hablar, pues sabían quién era. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario. Allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron a buscarlo, y cuando lo encontraron le dijeron: «Todos te están buscando». Él les contestó: «Vámonos a los pueblecitos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he salido». Y Jesús empezó a visitar las Casas de oración de aquella gente, recorriendo toda Galilea. Predicaba y expulsaba a los demonios.
El Evangelio de hoy narra a un Jesús como a una especie de “all rounder” (todoterreno): a mediodía, en casa de Simón y Andrés. Tras la comida, por la tarde, le vemos rodeado de gente, aportándoles salud. Después de la noche, madruga para orar en un lugar apartado. Cuando le encuentran sus discípulos para decirle que todos le buscan, se pone de nuevo en camino… “Jesús no para”.
Esta lectura a mí me parece un desafío, una invitación a no conformarnos ni dejarnos estar… Jesús nos invita hoy a apostar por metas altas, a no conformarnos con migajas. A superar nuestras flaquezas. Hemos sido hechos para cosas grandes: vivir, crecer, amar, servir, entregar…
Jesucristo está empezando su vida pública. Después de 30 años oculto en la casa de Nazaret, ahora recorre Palestina predicando la buena noticia. Ya desde el inicio se encuentra con una realidad muy humana: la enfermedad, enfermedad del cuerpo y enfermedad del alma. Él es el mejor Médico para todos.
En más de una ocasión habremos visto el panorama del mundo que nos rodea. Las noticias que escuchamos cada día nos recuerdan gran cantidad de problemas que tiene nuestra sociedad actual: acciones terroristas, atentados, guerras civiles, crisis económicas, contaminación y peligro ecológico, violencia doméstica, asesinato de inocentes, secuestros, a lo que últimamente tenemos que agregar el flagelo de la pandemia mundial por el Covid 19, que no cede, abortos y un larguísimo etcétera. La lista puede caer como una losa sobre nuestra esperanza.
Por otro lado, la sociedad no es algo que se puede considerar general, abstracta. La sociedad somos tú, yo, cada uno de los seres humanos. Si la sociedad está en crisis, ¿no será porque quienes la conformamos también estamos en crisis? Nos quejamos con facilidad de la violencia imperante en el mundo de hoy; ¿no habrá también violencia en mi vida? Pensemos, por ejemplo, en el modo como trato incluso a mis más cercanos -a mi esposa / esposo, a mis hijos / padres, a mis compañeros de estudio o de trabajo, amigos; pensemos con cuánta facilidad explota la impaciencia ante un fallo ajeno; pensemos con cuánta dificultad perdonamos una ofensa. Resulta fácil acusar al mundo de sus males, de la injusticia, de la violencia, del odio, de la falta de amor… Sin embargo, esos males que veo en la sociedad tienen su raíz en personas concretas, quizás también en mí. Por eso, si quiero sanar al mundo actual, tengo que empezar por sanarme a mí mismo. El cuerpo está sano cuando todas sus partes están sanas.
El evangelio que estamos considerando nos enseña dónde está la mejor solución: y es que sólo necesitamos que nos acerquemos a Él, con humildad, reconociendo nuestra debilidad. Un médico, para poder curar una enfermedad, necesita que el enfermo acuda a él y le diga: me duele aquí; tengo este problema concreto. En su gran corazón, Jesús va todavía más allá: no sólo cura a los enfermos que acuden a Él, sino que sale a buscar a otros enfermos, también necesitados de él.
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