Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
29 Oct 12
Marcos 15, 33-39; 16, 1-6
“Jesús, dando un fuerte grito, expiró.”
« Y al llegar la hora sexta, toda la tierra se cubrió de tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona exclamó Jesús con fuerte voz: Eloí, Eloí, lammá sabacthaní?, que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que estaban cerca, al oírlo, decían: Mirad, llama a Elías. Uno corrió a empapar una esponja con vinagre y, sujetándola a una caña, le daba de beber, mientras decía: Dejad, veamos si viene Elías a bajarlo. Pero Jesús, dando una gran voz, expiró. Y el velo del Templo se rasgó en dos de arriba a abajo. El centurión, que estaba enfrente de él, al ver cómo había expirado, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Muy de mañana, al día siguiente del sábado, llegan al sepulcro, salido ya el sol. Y se decían unas a otras: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? Y al mirar vieron que la piedra estaba quitada; era ciertamente muy grande. Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron asustadas. El les dice: No tengáis miedo; buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo colocaron».
En el funeral de una muy querida amiga, el sacerdote leyó este mismo texto de San Marcos. Después de una breve introducción, dio la palabra a los asistentes. Los más aprovecharon de destacar los rasgos de mi amiga, pero para mí es imposible olvidar las palabras de su hermano (que me disculpe si no son exactamente fieles). Él dijo: “Existen verdades que, más pronto o más tarde, todos experimentamos. Ellas son: la muerte, el juicio, el cielo, el infierno.”
Ciertamente tenemos dificultades para pensar en ellas, ya sea porque la vida moderna no ayuda a reflexionar, o porque son verdades que no nos resultan agradables. Pero sabemos que la muerte es un hecho inexorable, aunque no sepamos cuando, cómo o dónde nos llegará. Podemos acompañar a las personas cercanas en el dolor de la muerte de sus seres queridos, pero cuando esta realidad nos toca vivirla personalmente no nos resulta fácil aceptarla. Solemos reaccionar con rechazo, incluso desesperación; en otras ocasiones con resignación y hasta paz. La muerte es para el cristiano un paso, no un fin donde todo se acaba.
Aunque la muerte de un ser querido nos produce tristeza, la lectura que comentamos hoy sí nos puede llevar a afirmar que Dios es más fuerte que la muerte y que así como a Jesús lo resucitó, también lo hará con nosotros.
Jesús sintió el desamparo por parte de su Padre, lo que lo llevó a dar un grito antes de morir. Sintió el dolor de la traición y el abandono de sus discípulos. Me llama poderosamente la actitud del centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar a su Padre, Jesús había expirado, dijo: “verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”. La observación de la muerte de Jesús es la que provoca la confesión del centurión. Pero, ¿qué vio y cómo hay que entender ese “ver”? El centurión era un capitán pagano, ¿serían sus palabras una expresión de fe?; ¿lo convirtió el grito sobrenatural de Jesús?; ¿se dio realmente cuenta, por lo que había sucedido, que Jesús en verdad era el Hijo de Dios?; ¿había cambiado su manera de pensar? Desgraciadamente nunca lo sabremos, porque el texto no lo revela. Me pregunto ¿cuántos de nosotros no nos damos cuenta, hasta cuando ya es demasiado tarde, de la maravilla de tener un amigo, hermanos, padres, esposo o hijos, y no les manifestamos nuestro cariño?. ¿Cuántos de nosotros no busca un acercamiento con Jesús más que cuando está con “la soga al cuello”?
Aparte de la reacción del centurión, una serie de signos asombrosos acompañan el relato de San Marcos sobre la muerte de Jesús: el cielo se oscurece, se produce un fuerte terremoto; el velo del templo se rasga. El evangelio de Marcos pretende ayudarnos a redescubrir quién es Jesús, su forma de ser Mesías e Hijo de Dios, así como también, a conocer con más profundidad nuestra propia identidad, de manera que podamos afrontar los retos de la situación que estamos viviendo, probablemente desconcertados por la contradicción que experimentamos entre nuestra fe y las dificultades que nos depara el entorno hostil en que nos desenvolvemos.
Las mujeres protagonizan la segunda escena. Son las únicas que permanecen fieles, aun en el dolor y el peligro de ser señaladas como seguidoras de un condenado a muerte. Para ellas está reservada la tarea de ser las primeras en anunciar la Buena Nueva de la resurrección de Jesús a pesar de ser consideradas inferiores e invisibles en la sociedad que vivieron.
Por lo tanto, el relato de Marcos de la pasión y muerte de Jesús no va destinado a conmovernos, sino que quiere hacernos reflexionar y permitirnos encontrar el sentido de lo que hoy nos ocurre.
Isabel Margarita Garcés de Wallis
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?, cuando pienso en estas palabras dichas por Jesús desde su profundo sufrimiento, puedo entender claramente su naturaleza humana, en la cual el dolor laceró su cuerpo y su espíritu. El calvario no sólo es físico, sino que probablemente el haber sido traicionado, constituyeron profundos latigazos a su alma; el que fuera perseguido por el hecho de transmitir la voluntad del Padre a la sociedad judía de la época, quizá fue tan doloroso como el hecho que fuera humillado, golpeado, y escupido; el haber sido negado por su amado discípulo Pedro, tal vez fue el clavo en una de sus manos; la indiferencia de sus seguidores, la indolencia de sus verdugos, quizá fueron espinas de su corona….; en fin, creo ver en el sufrimiento físico de Jesús el desgarro de su alma por el tormento de lo que el hombre es capaz de hacer contra el hombre.
Jesús sufrió como humano la implacable violencia que el odio engendra en el corazón del hombre y que a su vez genera muerte, destrucción y desesperanza.
En uno de mis grupos pastorales, alguien dijo: “Dios se hizo hombre y vivió tal como uno de nosotros salvo que no cometió pecado”, a pesar de haber escuchado esto miles de veces, por primera vez caí en cuenta, que Jesús jamás actuó contra el hombre, al contrario a pesar de la tortuosa muerte a que como humanos le sometimos, igualmente nos otorga la dignidad de considerarnos sus hermanos e hijos del mismo Padre. El rencor, la venganza, la represalia no existen en su filosofía, “el odio es el pecado que nunca cometió”, y es en esto que se basa su maravillosa palabra.” Ámense unos a otros como yo les he amado”, “perdónense como yo les he perdonado”, a Él no le importan nuestros logros aquí en la tierra, si eres santo o pecador arrepentido, enfermo o sano, si eres dotado de una gran inteligencia o si careces de ella, a Jesús le importa que no le crucifiques cada vez que actúes contra tu hermano.
Desgraciadamente, de tantas maneras lo crucificamos, con nuestros egoísmos, con nuestras ansias de poder por sobre nuestros semejantes, con la discriminación, con la indiferencia ante el sufrimiento humano, y por qué no decirlo también con nuestra cobardía al no abanderizarnos con su palabra cuando vemos una injusticia.
Personalmente, cuando veo la miseria en que miles de congéneres viven en el mundo; cuando veo injusticias, violencia desmedida, los estragos con que la droga corroe nuestra juventud y que es tan difícil de erradicar ya que reportan millones de dólares a algunos, lo mismo que la comercialización de armas, la pornografía infantil, etc., me doy cuenta que el hombre crucifica al hombre inexorablemente; entonces me invade la desesperanza, tal vez la misma o parecida a la que tuvieron las mujeres que acompañaron a Jesús a los pies de los maderos de su cruz; luego viene a mí la promesa de la “Resurrección”, en que abandonaremos esta humanidad pecadora para encontrarnos en el reino del Padre, en donde primará el Amor eterno.
Es en este reinado del Amor en donde encontraremos las respuestas para nuestros sufrimientos en la tierra, porque ¿quién podría decir que aquí en esta vida, ante un dolor inmenso cuya intensidad nos rompe el alma, o ante la impotencia que causa el sufrimiento, no ha desprendido de sus labios la frase que Jesús dijo en su calvario “Eloí, Eloí, ¿lamá sabactaní”? .
Excelente reflexión, se ve que entiendes, por lo tanto oras.
Si hay algo que debemos hacer los católicos, nuestro primer deber es, orar a diario, para obedecer los mandatos de la Santa madre en Medjugorge, dejar obrar el Espíritu Santo en nosotros y hacer cada vez mejor, lo que pensamos y decimos (que no es fácil….).
Y podríamos agregar lo que dice el padre P. Francisco Á. Verar comentando el mensaje que Ella envía el día 25 de cada mes (desde hace 31 años) bastaría decir, cada vez que se rece el rosario, durante las preces de la Liturgia de las Horas, en la Adoración al Santísimo, y en las intenciones de la celebración de la Eucaristía: “Te pedimos señor por las intenciones de la Virgen María Reina de la Paz”