Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
20 Ene 09
Marcos 2, 23-28
Un sábado Jesús pasaba por unos sembrados con sus discípulos. Mientras caminaban, los discípulos empezaron a desgranar espigas en sus manos. Los fariseos dijeron a Jesús: «Mira lo que están haciendo; esto está prohibido en día sábado.» El les dijo: «¿Nunca han leído ustedes lo que hizo David cuando sintió necesidad y hambre, y también su gente? Entró en la Casa de Dios, siendo sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes; y les dio también a los que estaban con él.» Y Jesús concluyó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Sepan, pues, que el Hijo del Hombre, también es dueño del sábado.»
Tiempo atrás, al terminar un Retiro espiritual de nuestra comunidad de laicos en un lugar alejado de la ciudad el que contemplaba en su programa la celebración de un Misa de cierre, para concluir luego, con una cena de camaradería, se produjo el siguiente hecho: el sacerdote celebrante no llegó a la hora debido a problemas de transporte y no tuvo forma de comunicarse con nosotros. La cena de clausura ya estaba preparada por el personal el que no podía esperar hasta muy tarde pues vivían lejos del lugar del Retiro. En vista de ello, se optó por empezar la cenar acompañada del excelente vino de la región. Algunos, preocupados, preguntaron al Religioso que dirigía el Retiro ¿qué pasa si el sacerdote llega finalmente? Él nos respondió, más o menos lo siguiente: el Señor está con nosotros y siempre y, en todo momento, estamos invitados a su cena en la Santa Misa. Si el sacerdote llega, celebraremos la Misa y todo aquel que lo desee podrá comulgar. Pues bien, el sacerdote llegó muy de noche y celebró la Misa en la que comulgamos, no obstante de haber disfrutado algunos minutos antes de una abundante cena y vino en camaradería.
Este hecho, al ser compartido mas tarde entre familiares, amigos e incluso con algunos religiosos, fue descalificado dentro de un estupor de rechazo absoluto y condenatorio, incluso, como algo “escandaloso” como lo fue para los fariseos en el relato de Marcos. ¡Una misa y comunión después de una opípara cena! ¡Qué horror! …Los expertos apegados al estricto rigor de la ley y normas nos recordaron que según el Art. 919 del Código de Derecho Canónico “Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión … ”.
Hechos como el relatado son parte de nuestra vida cotidiana. Solemos “encerrarnos” en la tradición, en lo ritual, en la formalidad, en las reglas establecidas por el hombre, en la aplicación literal de las Sagradas Escrituras sin “aterrizarla” conforme a los tiempos y circunstancias. De este modo, no podemos ver ni entender lo que el Señor nos enseña, explica y nos pide para nuestro tiempo. Nos quedamos con un Mensaje lejos de los signos de nuestros tiempos y de la realidad del mundo social en el que vivimos. Nos inmoviliza, nos impide ser verdaderos cristianos anunciadores de la Buena Nueva y de la construcción de un nuevo mundo hermanado en la Solidaridad y la Esperanza: el “Sueño de Dios” partiendo desde el acá y el hoy, haciendo del amor el centro de nuestro actuar”. San Agustín (354 – 430. Obispo de Hipona) señalaba al respecto:«¿Es el amor el que nos hace observar los mandamientos, o bien es la observancia de los mandamientos la que hace nacer el amor? Pero ¿quién puede dudar de que el amor precede a la observación? En efecto, quien no ama está sin motivaciones para guardar los mandamientos».
¡Cuantas veces invocamos como excusa para no amar actuando como cristianos coherente entre Fe y Vida el útil “comodín” tranquilizador de conciencia del “Sábado”! Olvidamos que Jesús nos dice en forma clara y precisa: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” y Jesús nos recuerda que ¡David y su gente al tener hambre comieron –nada menos- que los panes de la ofrenda que solo podían comer los sacerdotes!. Jesús -en este caso- omitió la Ley.
Preguntémonos: ¿Doy -en todo momento- agua al sediento, doy comida al hambriento, doy abrigo al desvalido? ¿Doy de lo mío, aunque sea sacrificio, o doy solamente cuando me sobra? ¿Voy a misa para cumplir como una obligación de la Iglesia? ¿Comulgo porque la Iglesia me lo exige o por que estoy gozoso ya que por este sacramento me uno a Cristo que me hace partícipe de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo? Para Jesús los minutos y las horas no cuentan, Él está siempre listo para recibirnos. Y, finalmente, ¿Cómo interpreto y aplico las palabras finales de la Santa Misa: «Ite missa est«? ¿Cómo despedida? o ¿Cómo un enviado del Señor a evangelizar mi medio, mi mundo, mi sociedad?
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