Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
10 Feb 09
Marcos 7, 1-13
Los fariseos se juntaron en torno a Jesús, y con ellos había algunos maestros de la Ley llegados de Jerusalén. Esta gente se fijó en que algunos de los discípulos de Jesús tomaban su comida con manos impuras, es decir, sin habérselas lavado antes. [Porque los fariseos, al igual que el resto de los judíos, están aferrados a la tradición de sus mayores, y no comen nunca sin haberse lavado cuidadosamente las manos. Tampoco comen nada al volver del mercado sin antes cumplir con estas purificaciones. Y son muchas las tradiciones que deben observar, como la purificación de vasos, jarras y bandejas. Por eso los fariseos y maestros de la Ley le preguntaron: « ¿Por qué tus discípulos no respetan la tradición de los ancianos, sino que comen con manos impuras?» [Jesús les contestó: « ¡Qué bien salvan ustedes las apariencias! Con justa razón profetizó de ustedes Isaías cuando escribía: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden de nada sirve; las doctrinas que enseñan no son más que mandatos de hombres. Ustedes descuidan el mandamiento de Dios por aferrarse a tradiciones de hombres.» Y Jesús añadió: «Ustedes dejan tranquilamente a un lado el mandato de Dios para imponer su propia tradición. Así, por ejemplo, Moisés dijo: Cumple tus deberes con tu padre y con tu madre, y también: El que maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte. En cambio, según ustedes, alguien puede decir a su padre o a su madre: «Lo que podías esperar de mí es «consagrado», ya lo tengo reservado para el Templo.» Y ustedes ya no dejan que esa persona ayude a sus padres. De este modo anulan la Palabra de Dios con una tradición que se transmiten, pero que es de ustedes. Y ustedes hacen además otras muchas cosas parecidas a éstas.»
En mi niñez y juventud (1950-60), la misa y demás ceremonias religiosas, incluso las oraciones y cánticos, se celebraban en latín. Las iglesias eran obscuras, frías, con olor a humedad propio de todo lo antiguo como lo son los mausoleos y recargadas de ornamentos ostentosos del estilo rococó. El sacerdote oraba y celebraba la misa en otro idioma, la homilía era de tan alta espiritualidad que la voz se elevaba y perdía en los ecos que ayudaban a entender menos. Yo no comprendía nada, al igual que casi toda la comunidad asistente. Por otra parte, las exigencias, controles y rigurosidad en los castigos por el incumplimiento de los “deberse” con amenazas de “quemarnos en el infierno” por voluntad de un Dios severo, frío y fiscalizador, me condujo a alejarme completamente de la Iglesia por muchos años. Traigo a colación esta vivencia personal por cuanto, al leer el Evangelio de hoy, lo asocié con los reclamos hechos a Jesús por parte de los fariseos y maestros de la Ley por el hecho que sus discípulos no respetasen fielmente la tradición. Fueron muchos años de alejamiento el mío, para finalmente rencontrarme con el Señor que yo anhelaba y que era y siempre había sido así: Mi Gran Padre, pleno de amor y no la terrorífica caricatura hecha por los hombres que me inculcaban día a día y que aún, hoy en día, muchos siguen presentándolo así alejando a la juventud de la Iglesia.
Este Evangelio nos reprime hoy, sí, ¡Hoy! Martes 10 de febrero del 2009: ¡Qué bien salvan ustedes las apariencias! … Se me honra con los labios, pero el corazón de ustedes está lejos de mí ( Dios). El culto que me rinden de nada sirve; las doctrinas que enseñan no son más que mandatos de hombres. Ustedes dejan tranquilamente a un lado el mandato de Dios para imponer su propia tradición., pero que es de ustedes, de los hombres.
Han transcurridos más de 2.000 años y aún, los cristianos-católicos seguimos apegados a muchas tradiciones y costumbres que, como hoy leemos en el Evangelio, son de los hombres sin adecuarlas o cambiarlas a los nuevos tiempos. Se sigue y prioriza la formalidad y el rito, y no se da la debida importancia a lo principal, aquello que nunca cambia: La Enseñanza de Dios, centrada en el Amor. Jesús vivió y predicó en forma sencilla sin apego a la formalidad y a los ritos tradicionales.
Debemos volver a nuestras raíces y re encantarnos con el Dios que nos enseñó Jesús: un Padre misericordioso, que nos conoce plenamente a cada uno, que comprende nuestras debilidades, como asimismo, sabe de nuestros talentos, que nos ama sin limite porque somos sus hijos y, como Dios. Él no necesita ni busca que lo colmemos de rituales de alabanza y contemplación. ¿Dónde Jesús nos ha pedido ello? Lo que nos ha pedido -expresamente- es que lo amemos a Él y a todos nuestros hermanos tal como Él nos ama a nosotros.
Es tiempo ya, ahora y no en el mañana, de volcar nuestra actitud y acción al amor al prójimo. Santo Tomás de Aquino (1225 – 1274) decía: «Sin el amor al prójimo, que se concreta en la observancia de los mandamientos, no es posible el auténtico amor a Dios«. Por otra parte, en el Antiguo Testamento podemos leer: «No me gustan sus ofrendas ni las víctimas consumidas por el fuego; ni sus sacrificios llaman mi atención. Váyanse lejos con el barullo de sus cantos, no me molesten con la música de sus arpas. Quiero que la justicia sea tan corriente como el agua, y que la honradez crezca como un torrente inagotable» (Amós. 22-24). Palabras muy fuertes que no que necesitan aclaración y, bajo las cuales, debemos revisar nuestra actitud y forma de vida. Necesitamos volver a la sencillez de Jesús y de sus discípulos y dejar de lado tanta formalidad y auto complicación nuestra para -simplemente- amar a Dios y al prójimo.
Revisemos hoy nuestro quehacer diario en la familia, en el trabajo y en el ámbito social para evaluar si estamos siguiendo lo que Jesús nos dice en el evangelio: «No basta decir Señor, Señor, para entrar en el reino de los cielos, sino que hay que realizar la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21).
No centremos nuestra vida espiritual solamente en la oración, la contemplación y el cumplimiento del ritual y las tradiciones, sino también, abramos nuestros ojos, nuestras manos y corazón hacia el prójimo. El Santo Alberto Hurtado C. decía al respecto: «Si uno quiere guardar celosamente sus horas de paz, de dulce oración, de lectura espiritual, de oración tranquila… temo que fuéramos egoístas, servidores infieles. La caridad de Cristo nos urge; ella nos obliga a entregarle acto por acto, toda nuestra actividad, a hacernos todos a todos. ¿Podremos seguir nuestro camino tranquilamente cada vez que encontramos agonizante en el camino al hombre, para el cual somos el «único prójimo»?
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