Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
12 Jul 10
Mateo 10, 34-11,1
“No he venido a sembrar paz, sino espadas”
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: «No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro». Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
Años atrás un amigo me instó a leer y reflexionar este texto. No fui capaz. La afirmación de Jesús es tan categórica y sorprendente, que desconcierta de inmediato. Me negué a buscar explicaciones, pues la razón no podía ser pasada a llevar con elucubraciones teológicas. Me dije: -es una “contradicción” de Jesús-hombre. Pero, más tarde con una mejor predisposición y compartirla en un grupo, me permitió comprender este texto. ¡Así son los designios del Señor! Él tiene infinita paciencia. A través del Evangelio leído, releído, compartido y comprendido siempre se nos está despertando un espíritu crítico. Ser cristiano es un desafío, un compromiso de búsqueda de la verdad y de la justicia.
Vamos al tema. La “Paz” no es una situación que nace, se forma y consolida por obra divina. La “Paz” del creyente nace de la certeza de que es amado por Dios. En la medida que esa “Paz” sea irradiada, compartida y laboriosamente construida por la comunidad toda con un actuar en donde impere al amor fraterno, la verdad, la justicia, la tolerancia y la solidaridad sin exclusiones ni discriminaciones, se logrará consolidar definitivamente. La “Paz” debe ser una armonía social plena. Sin embargo, para ello, deben derribarse muros como lo es el egoísmo, la codicia, la hipocresía, la insensibilidad social, la prepotencia y tantos otros defectos de la naturaleza y conducta humana, que están enquistados en cada uno, en los miembros de la familia, en los amigos y en general, en todos los hombres.
Mirémonos nosotros. Veamos nuestras actitudes y actuares, como asimismo los de nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo y de nuestros grupos sociales, como también en nuestros sacerdotes y religiosas, y ciertamente en la jerarquía de nuestra querida Iglesia. Encontraremos esos muros que, consciente o inconscientemente, se aceptan sin cuestionarlos. Nos quedamos pasivos. Lo dice Jesús: “El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Es decir, Jesús nos llama a dejar de lado nuestros intereses individuales, a nuestro pequeño mundo encapsulado en nuestra persona y/o grupos para romper esas barreras, y ser actores y no meros espectadores, y/o sumiso fieles.
Para salir de ese encierre egoísta e individualista (en el que muchos se sienten los únicos poseedores de la verdad y la justicia) hay que tener coraje y asumir los riesgos de cortar cadenas y/o o derribar muros. Para ser cristianos necesitamos esforzarnos para un actuar valiente sin importar si para ello debemos “quebrar huevos” -como se dice popularmente. Para amar a Jesús y seguirlo, debemos actuar, p.e.: “Da un vaso de agua fresca, a uno de esos pobrecillos” –nos dice hoy Jesús. Se trata de una “Paz” que se construye desde la opción por los débiles, pobres y necesitados, del compartir las riquezas, de practicar la humildad y de no abusar del poder, el que en algunos casos por su “estatus” les mantiene su vista “obnubilada”. Los que en el mundo laical y religioso asumen ese compromiso de cambio reciben de inmediato severas descalificaciones y exclusiones y es allí, entonces, en donde los cristianos deben actuar en forma tal como en antaño se simbolizaba con “las espadas” que nos dice Jesús.
El evangelio comprendido así y llevado a la vida diaria, en todos los ámbitos, con los cambios que se requieren en nuestra sociedad, es rechazado y así la construcción del Reino no avanza. Nuestra jerarquía eclesial -con una rigidez propia de un poder casi absoluto- es un ejemplo de ello. Salvo excepciones, se escuda en muros y añosas barreras de todo tipo las que van alejando de ella a tantos fieles -en especial a la juventud- que quieren seguir el camino del cambio y de reconstrucción al que Jesús nos llama, pero sin ataduras ni ser tratados como “niños menores” sin razonamiento ni libertad para discernir.
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