Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
18 Jun 16
Mateo 10, 34-39
“No penséis que he venido para traer paz a la tierra”
«No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
Quien lea este evangelio y no haya recibo una orientación previa, quedará desconcertado, tal como me sucedió años atrás. Lo que nos habla el Señor, en esta ocasión, es tan contrario a su mensaje central de amor y paz que nos llega como una feroz bofetada. Recordemos la categórica respuesta que el Señor le dio al fariseo, experto en la ley, que le tendió una trampa con esta pregunta: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? -“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” -le respondió Jesús-. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”. (Mt. 22, 36-40).
El evangelio de hoy, años atrás, me era imposible comprenderlo y por ello, lo he elegido para compartir mi experiencia, que es la de un cristiano laico sin estudios teológicos ni bíblicos, un cristiano común inserto en la vida cotidiana de hoy, compleja, materialista, consumista, exitista e individualista. Una sociedad racionalista que condiciona o debilita fuertemente la fe, pues ser hoy un buen cristiano implica “deberes” que muchas veces entran en conflicto con la razón del interés personal y del éxito.
La paz y la justicia, no son un regalo de Dios, son producto de la práctica constante del amor al prójimo. Y, ello, implica sacrificio, compartir, quedarse satisfecho con lo suficiente. Pero ningún hombre es igual a otro, por tanto hay necesariamente diversidad en todo sentido, incluyendo en los miembros de la familia. Y, si la ampliamos al barrio, la ciudad, al país, las regiones y al mundo globalizado del siglo 21, no es más que una inmensa vida en sociedad que nace de la suma de miles de millones familias.
Permitidme una pausa, para invitarlos a seguirme y trasladarnos a un pequeño pueblo imaginario que está entre cerros y un tormentoso rio lo separa del acceso al pequeño valle del frente. Años de trabajos les llevó a sus antepasados a construir un puente único acceso al huerto. Con el pasar del tiempo, se iba desgastando y socando sus bases, aumentando el riesgo de quedar sin acceso al suministro de los frutos. Hacían reparaciones, pero no duraban lo esperado. La situación empeoraba y la armonía de la vida se quebrajaba. Luego de deliberar y oír el concejo de los ancianos, resolvieron que no había otra solución que iniciar la construcción en otro lugar de un nuevo puente y destruir el primero, para usar sus restos y con ello desviar las aguas, destruyendo lo que había sido el punto de conexión de cientos de años, lo más valioso para ellos, sumado a sacrificar el bosque de centenarios cipreses para usar sus troncos como soportes.
Volvamos, entonces, al comienzo, sin olvidar lo anterior. ¿No hay necesidad hoy de cambiar nuestra ruta, nuestro puente? ¿Podemos hacerlo sin cambiar el curso de las aguas, de las corrientes de nuestra sociedad? ¿Estamos dispuestos a sacrificar preciados bienes, como esos antiguos cipreses?
El Plan de Dios nos incluye como sus colaboradores un obra común, con lo cual somos partes de ello, por lo que estamos llamados a actuar y no ser pasivos testigos contemplativos, en un mundo y sociedad en conflicto por la diversidad antes señalada, en donde hay muros excluyentes para unos y protectores de privilegios para los otros, dominio de los más fuertes sobre los débiles, y tantas otras situaciones injustas por las corazas de estructuras que aprisionan en muchos el sentimiento de amar al prójimo.
Es un llamado a cambiar nuestra actitud de vida de la calidad de observantes y/o críticos a la de actores. El evangelio de hoy nos llama a luchar, en el buen sentido de la palabra, a actuar por el bien y la verdad, dejando a un lado consideraciones de índole conservadoras, solemos escudarnos para evitar generar cambios. Jesús no vino a nosotros para “conservar”, sino a “cambiar”, porque los hombres nos hemos alejado de Dios y su Plan, no ahora, sino desde hace miles de años. No debe asustarnos el uso de Jesús de la palabra “espada”, ya que es la forma, no el fondo, para decirnos que debemos tener la decisión y el coraje para avanzar abriendo caminos, pasando sobre obstáculos, desviando corrientes de opinión contrarias al bien y la justicia, quebrando incluso relaciones de intereses tan firmes como los son los vínculos familiares (empleo metafóricamente).
En palabras simples del vocablo diario, no es otra cosa que el refrán de la sabiduría popular que nos dice que es imposible hacer tortillas sin romper huevos.
Creo útil debo recordar, que el texto del Evangelio que hoy compartimos y que nos remese, busca sacarnos del letargo cómodo, complaciente o conservador, es parte del capítulo décimo de Mateo, en el que se refiere a los doce apóstoles de Jesús y su envío como los primeros misioneros, a los que les dice: “os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas” (Mt. 10, 16).
Palabras claras que no dejan espacio para “acomodarlas” a fin de rehuir nuestra misión. Constituyen una estrategia para un “actuar”. ¿Estamos dispuestos a seguirlo? o ¿Seguiremos siendo testigos pasivos?
Estimado Patricio.
Muchas gracias por la excelente reflexión de una «palabra» tan difícil de digerir.
Nos pones la vara muy alta.
Un abrazo,
Herbert
Hermosa reflexión, fuerte para los que no desean construir puentes para poder llegar a los que sufren hambre, persecución, discriminados, es mas fuerte que el amor , la arrogancia, la humildad no la conocen. ¿Cómo uno puede amar al otro que es pobre, andrajoso, inculto etc.? Una pregunta que debiéramos hacernos a diario, ¿Quiénes somos nosotros para no hacerlo, nos sentimos poderosos, porque tenemos un buen pasar, buenas casas, algunos lujos, somos mas educados, tuvimos acceso a una buena educación? se nos olvida amigos que CRISTO, vino justamente para llegar a los humildes , todavía hay tiempo, debemos considerar al otro mas que nosotros y nos sentiremos plenos del amor de CRISTO
Excelente análisis.
Acertada reflexión, la verdadera revolución del amor, de ese amor al mas necesitado, al que mas carece. Me recuerda otro pensamiento: Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada. Y muchas veces esa indiferencia es producto de que lo que vemos ya casi es una costumbre, nada nos impresiona, nada nos conmueve salvo si los afectados somos nosotros mismo