Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
18 Jul 11
Mateo 12, 1-8
«El Hijo del hombre también es dueño de sábado.»
En cierta ocasión pasaba Jesús por unos campos de trigo, y era un día sábado. Sus discípulos, que tenían hambre, comenzaron a desgranar espigas y a comerse el grano. Al advertirlo unos fariseos, dijeron a Jesús: «Tus discípulos están haciendo lo que está prohibido hacer en día sábado.» Jesús les contestó: « ¿No han leído ustedes lo que hizo David un día que tenía hambre, él y su gente? Pues entró en la casa de Dios y comieron el pan ofrecido a Dios, que les estaba prohibido tanto a él como a sus compañeros, pues estaba reservado a los sacerdotes. ¿No han leído en la Ley que los sacerdotes en el Templo no observan el descanso, y no hay culpa en eso? Yo se lo digo: ustedes tienen aquí algo más que el Templo. Y si ustedes entendieran estas palabras: Quiero misericordia, no sacrificios, ustedes no condenarían a quienes están sin culpa. Además, el Hijo del Hombre es Señor del sábado.»
Formo parte de aquellas generaciones de católicos formados -desde muy pequeño- en el ambiente familiar y en el colegio, en el periodo pre Concilio Vaticano II, en que se mezclaba la historia sagrada, la tradición, los ritos, la lectura y aplicación de la Biblia con una rigurosidad que no dejaba espacio a la razón ni a los sentimientos, y una doctrina impregnada de misterio que giraba en torno al temor, al miedo, a la culpabilidad. Para colmo, el único idioma, que es vital para la comprensión y comunicación humana, era el latín, una lengua “muerta”. ¡Qué difícil se hacía, comprender lo que Jesús predicaba y nos quería enseñar! En mi caso, siendo honesto, debo confesar que no fui capaz de entrar en la oscuridad de ese túnel, no obstante el esfuerzo de mis padres y guías religiosos. Cuando era universitario vino el inicio de los cambios y, aunque se fue disminuyendo su velocidad y profundidad, hubo un renacer en nuestra Iglesia, que en algo ayudó, pero no fue suficiente. Algo pasó … Como laicos, estamos llamados a insistir, respetuosamente, en la necesidad de no tener que esperar que transcurra un siglo más antes de que se lleve a cabo un nuevo Concilio para volver a refundirnos en un Jesús vivo.
El hombre religioso, post Jesús, me refiero al de orden sacerdotal, arrastró por dos mil años una carga de culpabilidad que provenía de la cultura religiosa judía de centrar el quehacer en obligaciones religiosas pesadas, rígidas y muchas veces distantes del amor que Jesús nos trajo como mandamiento principal. El Dios Padre, infinitamente misericordioso, no necesita de leyes, sacrificios y adoraciones (“Quiero misericordia, no sacrificios” -dice), sino que se haga su voluntad de ser co-participes del reino del amor desde el hoy y acá en la Tierra, no en las alturas. Y es Amor no de palabras, sino amor vivido en plenitud: un mandamiento que resume todos los demás: «Amar a Dios y amar al prójimo». Y ello, es algo posible al hombre, no es una tarea titánica como ascender una montaña casi infranqueable (“Mi yugo es suave y mi carga liviana”. Mt. 11, 30). ¿Porqué el afán de los hombres doctos de hacerla pesada?
Platón, en el siglo IV antes de Cristo, decía:«Donde reina el amor, las leyes sobran». Los cristianos hemos sido formados en la cultura de la norma, de la tradición, de la ley, perdiendo la fuerza de la espiritualidad del amor al buscar la salvación cumpliendo con la obligación de los mandamientos. Ello no es amor. El filosofo alemán Emmanuel Kant (siglo XVIII) lo señalaba: «Lo que hacemos por obligación, no lo hacemos por amor».
En el texto que hoy leemos, Jesús violó la más sagrada de las leyes dadas por Dios a Moisés. ¡Horror! ¡Pecado gravísimo! – dirían algunos. Si sucediese hoy, ¿No sería juzgado por la Congregación para la Doctrina de la Fe? Jesús nos vino a liberar con una solución maravillosa: “Amaos los unos a los otros; como yo os he amado, amaos los unos a los otros” (Jn. 13,34)
Tenemos tantas leyes hechas por hombres en dos mil años de historia en que la humanidad ha debido vivir infinidad de hechos y circunstancias complejas y que no se pueden tomar como base de una conducta a repetirse con lo que muchas veces esas leyes encierran al hombre en contextos no aplicables, llegando a ser esclavos de la voluntad arbitraria de los hombres y, que, en definitiva, lo alejan de Dios. Dios no obliga a nadie, invita al amor. Lo que se hace por miedo a la ley del castigo, no es amor. ¿Se puede amar a Dios sin amar antes al prójimo? Los católicos en nuestro quehacer cotidiano, religiosos y laicos, ¿demostramos felicidad, alegría? ¿Qué mostramos? ¿Rigidez? ¿Desamor?
No olvidemos que «Las leyes se hicieron para los hombres y no los hombres para las leyes» (John Locke. Filosofo inglés. Siglo XVII). Volvamos a las raíces de nuestra fe, soltemos amarras y entreguémonos en cuerpo y alma al amor de nuestro Dios Padre, que nos entregó a su hijo Jesús, para vivir en la plenitud del amor sin temor, sin miedo, con alegría.
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