Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
28 Jul 13
Mateo. 13, 47-53
Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: una red que se ha echado al mar y que recoge peces de todas clases. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla, se sientan, escogen los peces buenos y los echan en canastos, y tiran los que no sirven. Así pasará al final de los tiempos: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los buenos, y los arrojarán al horno ardiente. Allí será el llorar y el rechinar de dientes.» Preguntó Jesús: « ¿Han entendido ustedes todas estas cosas?» Ellos le respondieron: «Sí.» Entonces Jesús dijo: «Está bien: cuando un maestro en religión ha sido instruido sobre el Reino de los Cielos, se parece a un padre de familia que siempre saca de sus armarios cosas nuevas y viejas.» Cuando Jesús terminó de decir estas parábolas, se fue de allí.
Este texto forma parte de las Parábolas que usa Jesús, breves relatos de hechos tomados de la vida real, simples, fáciles de asimilar y recordar, para transmitir en base ello su enseñanza, sin teorización y complejidad de orden filosófico ni teológico. Jesús nos llama a todos, hombres y mujeres, sin importar época o tiempo, a buscar un cambio en nuestro sistema de vida en la sociedad, partiendo de un cambio en cada uno, abriendo el corazón para ver, sentir y convivir en una comunidad más fraterna, solidaria, justa y en paz, no por imposición, sino por la armonía y plenitud del amor entre prójimos:
- “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 39)
- “En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros” (Jn. 13, 35)
- “Pues los mandamientos: no cometas adulterio, no mates, no robes, no tengas envidia. y todos los demás, se resumen en estas palabras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace nada malo al prójimo; el amor, pues, es la manera de cumplir la Ley” (Rom. 12, 9-10).
Quienes somos sus seguidores, sus discípulos, debemos usar las parábolas con una mirada reflexiva a lo que acontece hoy en nuestros ambientes y en nuestra sociedad, “aterrizada” en hechos de la vida real, como observamos día a día en la televisión con inhumanas denuncias que se mira sin provocar reacción para generar cambios tendientes para revertir esas situaciones. Recordemos al “Principito”, de Saint- Exupéry, cuando exclama: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple, sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.”
Una vez más, Jesús emplea los términos de pescadores, red y peces. ¿Quiénes son sus pescadores? – los que creen en Él y toman su enseñanza de amor fraterno para llevarla al centro de cada corazón, no como una norma religiosa sino como actitud de vida testimonial que irradie, trascienda y motive a seguir a Jesús. ¿Quiénes echarán las redes? – los que den un paso más y trabajen colaborando activamente en la construcción del Reino buscando captar “peces”. ¿Quiénes son los peces a captar? – todo hombre y mujer que no conozca o no crea en el Señor y esté, por tanto, lejos de formar parte del nuevo estilo de vida social en fraternidad y justicia. Los que no sean captados (pescados que no sirven) quedarán abandonados y excluidos.
Ello, ¿significa que “serán arrojados al horno ardiente” (infierno)? Ciertamente, no. En mi modesta opinión, como simple laico, que intenta “vivir” el mensaje de Jesús centrado en el amor, se trata de una terminología que para los teólogos y quienes toman literalmente las palabras “llamas o fuego eterno” es el destino del castigo eterno como voluntad de Dios para todos los que no cumplan con su mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, no se compadece con la capacidad de la razón y los sentimientos que Dios nos regaló en la plenitud de amor divino. Quien ama, comprende, perdona, no guarda rencor ni condena o castiga con un dolor tan terrible y, para colmo, eterno.
En búsqueda de afianzar mi entender, en la cultura del siglo 21, he leído en las notas de la Biblia Latinoamericana que “es verdad que Jesús hablaba con el lenguaje de su tiempo y no el nuestro; esa división del mundo entre buenos y malos está inscrita en toda su cultura. Pero también es totalmente cierto que Jesús tenía el conocimiento profundo y verdadero de Dios y del hombre; si hubiera visto en ese «castigo» algo contrario a la bondad infinita de Dios, lo habría dicho sin preocuparse del escándalo. Y si habló como lo hizo, fue porque el amor infinito de Dios no nos quita la libertad de apartarnos de él y de desafiarlo. En varios lugares se dice que el «fuego del infierno» es «eterno» (Mc 9,22; Mt 18,8; Mt 25,41), pero esa palabra no tenía entonces el sentido preciso que le damos; podría tal vez entenderse de algo que está más allá de nuestra experiencia del tiempo”.
Los invito a dejar a un lado la actitud de amar al prójimo como una obligación y/o por temor al castigo (eterno), pues ello no es amor fraterno. Revisemos nuestras actitudes, nuestros actuares y omisiones, de cómo vivimos en la vida familiar, social y en todo el quehacer lo que Jesús nos pide. Seamos actores y no pasivos espectadores. Esforcémonos por llevar una vida coherente entre fe y vida. Así podremos ser buenos pescadores para tirar las redes y recoger el mayor número de peces. Este evangelio nos da la oportunidad para hacer una reflexión personal y/o de trabajo en pequeños grupos de comunidades, evaluando en qué grado estamos viviendo el amor fraterno de ir a la búsqueda del rescate y apoyo de quienes están alejados de la “buena nueva”´
En la primera parte de este trozo del evangelio, creo que Jesús trata de hablar de la diferencia entre “los buenos” y “los malos”, entendiendo que “los buenos” son los aquellos que se embeben del amor de Dios y crean su historia de vida, aferrada a la bondad y el amor. Mientras el amor se adueña de la existencia del ser humano, este es capaz de diferir este sentimiento en sus semejantes cumpliendo el sagrado mandamiento de “amar al prójimo”. Por el contrario quienes viven enfundados en un egocentrismo sin límites, preocupados en sí mismos y de alcanzar en esta tierra todas las gratificaciones que el “mundo”, les puede otorgar, serán «devueltos al agua» cual «peces no apetecidos», en donde probablemente no lograrán alcanzar la ansiada plenitud en el Reino del Padre.
La segunda parte, me hace pensar en la responsabilidad de los creyentes de proclamar la palabra de Jesús; una vez conocida, preconizarla con la propia vida y nuestra conducta en ella; la palabra de Jesús se vive, es la mejor manera de transmitirla, pero además, adoptar las vivencias en la comunidad en que el Cristo se hace presente siempre, en esta cultura, en estos días, en este mundo, y en toda la humanidad.