Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
08 Ago 20
Mateo 15, 21-28
Mujer qué grande es tu fe
Saliendo Jesús de allí, se retiró a la región de Tiro y de Sidón. Y he aquí, una mujer cananea que había salido de aquella comarca, comenzó a gritar, diciendo: Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi hija está terriblemente endemoniada. Pero Él no le respondió palabra. Y acercándose sus discípulos, le rogaban, diciendo: Atiéndela, pues viene gritando tras nosotros.Y respondiendo Él, dijo: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero acercándose ella, se postró ante Él, diciendo: ¡Señor, socórreme!Y Él respondió y dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echárselo a los perrillos.Pero ella dijo: Sí, Señor; pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Oh mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas. Y su hija quedó sana desde aquel momento.
Los Evangelios muestran a Jesús recorriendo campos y ciudades en compañía de sus seguidores. Allí a dónde iba, se le acercaban las personas que necesitaban de su ayuda: ciegos, enfermos, endemoniados… y Jesús a todos atendía. Nadie se iba sin una palabra de consuelo, una sanación o un gesto amoroso de su parte.
Pero en el texto que vemos hoy, nos encontramos con un a escena sorprendente. Una mujer pagana sale gritando a su encuentro pidiendo ayuda para su hija enferma y Jesús guarda silencio. Hasta los discípulos, incómodos por la situación, le piden que la atienda… pero Jesús se niega. ¿Será que no se conmueve su corazón ante las súplicas de la mujer? ¿Será porque es pagana… un “perrito”?
Esta situación me hace pensar en la contingencia que vivimos hoy. En un mundo en que la pandemia trae muerte por doquier y en todas partes la gente clama al cielo por ayuda, Dios parece no oír las súplicas. Pero la mujer no se rinde ante la frialdad escalofriante de Jesús y, lejos de ofenderse, da vuelta sus palabras e insiste: ella y su hija también son dignas de compasión. Al igual que la ella, muchas personas, creyentes y no creyentes, buscan hoy la vida en un mundo donde la muerte parece triunfar.
¿Y dónde está Dios en esta situación? Creo que bien podemos decir que Dios está encarnado en tantos hombres y mujeres que luchan día a día por la vida: en el personal de salud, en los que trabajan en la cadena de abastecimientos, en los que recogen la basura… en fin, en la conducta solidaria de quienes mantienen viva la confianza. O, en palabras del Papa Francisco: “…en las personas, sobre todo mujeres, que multiplican el pan en los comedores comunitarios cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un delicioso guiso para cientos de niños.” (Carta a los Movimientos Populares, 12 de abril de 2020).
Dios no es un ser poderoso y ajeno al sufrimiento humano, sino que es un Dios que sufre con nuestro dolor. Su misericordia no excluye a nadie y su amor a los y las que sufren no conoce fronteras, ni sabe de creyentes o paganos. Jesús alaba la fe de la mujer y atiende su clamor por la vida de la mujer, porque descubre en ello el verdadero alcance de la voluntad del Padre.
Hoy nos corresponde también a nosotros y nosotras el escuchar y responder a los problemas reales de las personas: la necesidad de sentirse acompañadas, la angustia de no tener trabajo ni dinero para comprar comida, el miedo a enfermarse, la soledad del aislamiento, la posibilidad de no poder ver a un familiar morir ni enterrarlo por haber contraído el virus…. porque esos fueron los problemas que Jesús escuchó y a los que respondió cuando caminaba de aldea en aldea.
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