Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
11 Ago 11
Mateo 16, 24-28
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará. ¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta. En verdad les digo: algunos que están aquí presentes no pasarán por la muerte sin antes haber visto al Hijo del Hombre viniendo como Rey.»
Si tomamos literalmente esta lectura y además la dejamos fija en esa época, esto es, dos mil años atrás, nos resulta difícil de aceptarla como algo que sea realmente factible, al menos para la inmensa mayoría de los cristianos. Ya que entendiéndolo así, los seguidores de Jesús debiesen “renunciar a sí mismo”, abandonar sus personales proyectos de vida de formar familia y tener hijos, para optar por un sistema vida de comunidad social que solamente podría darse en hombres y mujeres que vivan en exclusividad (plenitud) al servicio del Señor, como lo fueron los primeros apóstoles y santos mártires que cargaron la cruz y muchos sacrificaron sus vidas corporales.
Lo anterior, cuando lo leí así -siendo joven- no solo me dejó atónito, por decir lo menos, sino que me convenció que yo no estaba preparado o dispuesto a “sacrificar” mi vida bajo esa concepción. No me cuadraba. Tenía certeza de que yo no había sido “creado” por Dios para ser materia de “sacrificio”. Se suele olvidar que Jesús hablaba con el lenguaje de su tiempo y en un contexto cultural diferente al nuestro, lo que debemos tener presente en la lectura del Evangelio: ¿Qué y cómo nos hablaría hoy?
Por esa y tantas otras reglas y mal entendidas sentencias del Evangelio que no es del caso precisar, me alejé de Iglesia, como tantos otros jóvenes lo vienen haciendo desde larga data. Pero, como sabemos “El hombre propone y Dios dispone» (“Los planes son del hombre, la palabra final la tiene el Señor”. Proverbios 16:1), comprendí mi error y aprendí a “leer” el Evangelio a la luz de quien -como hijo- escucha la orientación y concejos de su Padre que lo ama y desea lo mejor para su felicidad. ¿Qué podemos extraer, según mi opinión como laico común, sin estudios de teología, como lo somos gran parte del “Pueblo de Dios”?
No podremos encontrar a Dios ni amarlo si no aceptamos ni nos esforzamos por seguir el camino de Jesús. Como no es fácil, no es cómodo porque implica dejar nuestras indiferencias, egoísmos e insensibilidades por los débiles, nos espanta, nos alejamos de un real compromiso de aceptación de “la cruz” (sacrificio por amor). No podemos dejar fuera de nuestro proyecto de vida lo que Jesús nos dio como ejemplo con su desprendimiento y su servicio a todos -especialmente- a los pobre, débiles y excluidos. Pero el Señor, que nos sabe imperfectos, limitados y necesitados de apoyo, nos dice: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt. 11, 28-30).
Ciertamente, ser cristiano exige sacrificio: un sacrificio por amor al estar al servicio de los demás no por un par de hora o en el círculo familiar más cercano, sino en todo su quehacer. No basta con rezar, asistir a misa, dar limosna y cumplir con los ritos y normas eclesiales. Es sentir a Dios en el corazón y dejar que su espíritu alimente en plenitud nuestros pensamientos, actitudes y acciones en toda nuestra vida terrena. Invito a hacer una revisión de lo que hoy es nuestro afán y/o proyecto de vida personal a la luz de lo que Jesús nos señala al final de esta lectura: ¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo?
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