Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
25 Dic 16
Mateo 2, 13-18
Herodes mandó matar a todos los niños de Belén
Después de haberse marchado ellos (los tres magos), un ángel del Señor se le apareció a José en sueños, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y quédate allí hasta que yo te diga; porque Herodes va a buscar al niño para matarle. Y él, levantándose, tomó de noche al niño y a su madre, y se trasladó a Egipto; y estuvo allá hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor habló por medio del profeta, diciendo: «De Egipto llamé a Mi Hijo.» (Oseas 11:1) Herodes entonces, como se vio burlado de los magos, se enojó mucho, y envió, y mató á todos los niños que había en Belen y en todos sus términos, de edad de dos años abajo, conforme al tiempo que había entendido de los magos. Entonces fue cumplido lo que se había dicho por el profeta Jeremías, que dijo: Voz fue oída en Ramá, Grande lamentación, lloro y gemido: Raquel que llora sus hijos, Y no quiso ser consolada, porque perecieron.
Complejo es este pasaje, mechado de citas del Antiguo Testamente, sobre un acontecimiento que solamente figura el evangelio de Mateo. Las palabras de profeta Oseas evocan la llamada de Dios a Moisés (Ex. Cap 3). José parte con su pequeña familia a Egipto, un refugio natural para los judíos desde los tiempos del Éxodo, con su frontera a no más de cien millas de distancia. En cuanto a la masacre de los infantes de Belén, Mateo, citando a Jeremías 31,15, retrata la tristeza de Raquel, esposa de Jacobo, frente al destino de sus hijos encadenados, en ruta hacia Babilonia.
Cuán actuales resultan estos relatos, frente al sufrimiento de niños pequeños hoy, en el mundo y en nuestra casa, sufrimiento del que los medios de comunicación nos hacen testigos. Baste evocar el cuerpecito del niño ahogado, flotando en una ribera del Mediterráneo; al pequeño rescatado en pleno bombardeo en Alepo, con su rostro cubierto con la sangre de sus familiares cercanos, seguramente muertos; a los niños que duermen a la intemperie cubiertos con mantas, sobre las veredas de ciudades prósperas, a la vista de peatones ¿indiferentes? ¿impotentes ante la magnitud de la tragedia? Ciudadanos, en número creciente, que votan por gobiernos que les cierren las puertas a los migrantes, para no tener que seguir viendo y soportando un espectáculo tan triste. O que los expulsan para liberarse de una supuesta delincuencia, con apenas disimulados chauvinismo.
¿Cuántos y cuántos niños se ven expuestos a la marginación y el sufrimiento aquí y ahora, cerca de nosotros? ¿Niños no deseados, producto de situaciones inhumanas, de embarazos no queridos, de violaciones, obligados a nacer en un medio que los rechaza? ¿Niños y niñas que van a parar a instituciones como el Sename, aquí en Chile, a malvivir en total descuido? ¿A campamentos provisorios ante fronteras y muros que les impiden el paso?
En este adviento, mirando el mundo, mirando a la iglesia, mirando a nuestras propias vidas, cuesta ver la llegada del Reino. Parece que la injusticia, la calumnia, la superficialidad, la maledicencia triunfan. Citando un correo recibido hace muy poco[i], basado en dos lecturas del Adviento, “En el desierto preparad un camino al Señor”, “y el desierto florecerá” surge la idea que sólo cuando reconocemos nuestra pobreza, nuestra impotencia estando solos y desligados, ante las limitaciones de nuestra acción, el fracaso de nuestros proyectos, es decir, cuando estamos en el desierto, sólo entonces podemos preparar un camino para que Jesús guíe nuestra vida y fructifiquen los dones del espíritu (…) a esa experiencia de desierto como vaciamiento, desapego y libertad interior ha de seguir una floración con Jesús si le preparamos un hueco (…) que no es en nuestro corazoncito donde se hace en plan intimista, aislados del mundo. Es siempre con los otros: reconfortando, animando, levantando, enseñando, cuidando, perdonando, sabiendo recibir y aprender de los otros …invocando al Amor para que nos posea y sea el centro de todo lo que hacemos y lo que somos.
[i] Proconcil, 10/12/06
Qué palabras fuertes para remecernos en este día que acogemos al niño que después nos irá machacando sobre la urgencia de cuidar òr el prójimo. gracias María Marta por esta inspiración a no dejar nuestro pequeño aporte para un mundo mejor.