Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
19 Mar 16
Mateo 26, 14-25
¿Que están dispuestos a darme si se los entrego?
Entonces uno de los Doce, que se llamaba Judas Iscariote, se presentó a los jefes de los sacerdotes y les dijo: « ¿Cuánto me darán si se lo entrego?» Ellos prometieron darle treinta monedas de plata. Y a partir de ese momento, Judas andaba buscando una oportunidad para entregárselo. El primer día de la Fiesta en que se comía el pan sin levadura, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: « ¿Dónde quieres que preparemos la comida de la Pascua?» Jesús contestó: «Vayan a la ciudad, a casa de tal hombre, y díganle: El Maestro te manda decir: Mi hora se acerca y quiero celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa.» Los discípulos hicieron tal como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Llegada la tarde, Jesús se sentó a la mesa con los Doce. Y mientras comían, les dijo: «En verdad les digo: uno de ustedes me va a traicionar.» Se sintieron profundamente afligidos, y uno a uno comenzaron a preguntarle: « ¿Seré yo, Señor?» Él contestó: «El que me va a entregar es uno de los que mojan su pan conmigo en el plato. El Hijo del Hombre se va, como dicen las Escrituras, pero ¡pobre de aquel que entrega al Hijo del Hombre! ¡Sería mejor para él no haber nacido!» Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó también: « ¿Seré yo acaso, Maestro?» Jesús respondió: «Tú lo has dicho.»
Jesús estaba reunido con quienes más amaba presintiendo que ya llegaba su hora. Era el primer día de los Ázimos, cita Mateo, celebración que en los primeros tiempos fue una fiesta agrícola, en la que se comía «panes sin levadura» (massot), que se hacía al comenzar la cosecha de la cebada en primavera. En tiempo de Jesús, la fiesta de los ázimos estaba unida a la Pascua (Mt 26,2. 17; Mc 14,12) en conmemoración de la entrada de los israelitas en la Tierra Prometida, celebrando la liberación de Egipto, por parte de Yahvé.
Es impresionante constatar que en medio de esta celebración, entre la traición de Judas y la negación de Pedro, Jesús nos diga que se queda con nosotros en la Eucaristía (Mt 26,26-29); luego podemos ver en el texto siguiente la estampida con la huida de los discípulos (con la excepción de Juan). Esto nos muestra, la enorme gratuidad del amor de Jesús, que supera la traición, la negación y la huida de los amigos. Su amor es a prueba de toda bajeza humana.
Para entrar en el duro tema de la traición, los invito a centrarnos en la figura de Judas Iscariote. Este era un zelote, perteneciente a un grupo que representaba el ala más radical del Judaísmo, que en el siglo I luchaban contra el Imperio Romano. En esta línea se unió a Jesús siendo parte de sus discípulos esperando siempre ver a un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había decepcionado sus expectativas violentas y radicales.
¿Cómo entender su traición? ¿Fue un ladrón, que actuó solamente por la avaricia de ganar 30 monedas de plata? (no era una gran suma de dinero en esos tiempos). Creo que eso sería muy simplista; es mucho más profundo: Judas dejó creer, no tuvo paciencia para esperar y sobre todo, dejó de amar a Jesús. (Esto nos golpea muy fuertemente pues nos hace mirarnos a nosotros mismos), actúa con la mayor hipocresía en la Cena Pascual y luego habiendo perdido toda esperanza, salió resuelto a entregarlo.
Miremos ahora nuestra vida: ¿no les parece que cada día untamos nuestro pan en el plato de Jesús y como cristianos lo entregamos con besos traicioneros y lo vendemos por mucho menos que las 30 monedas de plata? Si, cada vez que faltamos a la verdad, actuamos en forma deshonesta, cuando no somos solidarios con el que sufre, cuando nos corroe la envidia, cuando hacemos aspavientos con nuestros logros frente a los otros para vender una mejor imagen, cuando justificamos nuestro egoísmo y cobardía disfrazándolo de racionalidad. Al ver nuestro tiempo siento que hemos avanzado poco, tal vez “nos hemos quedado pegados”. Tenemos un pavoroso miedo a la muerte de tal forma que vivimos como si no existiera, rendimos culto a la eterna juventud externa pero poco alimentamos el espíritu. La sociedad ha excluido a Dios de los escenarios, porque le provoca problemas. Es mejor negar su existencia en pos del racionalismo.
En torno al destino de Judas hay muchas controversias. Judas se arrepintió de sus actos, lo que es rescatable, intentó devolver las monedas que lo ensangrentaban a los sacerdotes que se las habían dado, y al no aceptarlas éstos, las arrojó en el templo. Luego, desesperado tomando conciencia de la magnitud de su ignominia, se quitó la vida ahorcándose en un árbol (Mateo 27,5). Según otra versión, Judas compró un campo con el dinero que obtuvo gracias a su traición, pero «cayendo de cabeza, se reventó por el medio, y todas sus entrañas se derramaron» (Hechos 1:18), por lo que «aquel campo fue llamado en su lengua Aceldama, que quiere decir «Campo de Sangre» (Hechos 1:19).
Meditando estos acontecimientos, siento una inmensa compasión por Judas Iscariote y en él veo como en un espejo las más bajas pasiones nuestras y la ingratitud que manifestamos a nuestro Señor. Por fortuna podemos encontrar en el último libro de la Biblia sobre el Apocalipsis, (que quiere decir “Revelación”), la esperanza del Hijo del Hombre triunfante, principio y fin que nos asegura nuestra redención, arrepentidos de nuestros miedos, codicias y traiciones: “Yo soy el alfa y la omega dice el Señor, el Dios todopoderoso, el que es, era y ha de venir” (Ap. 1,8).
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