Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
27 Feb 12
Mateo 5, 20-26
“Vete primero a reconciliarte con tu hermano”
Yo se lo digo: si no hay en ustedes algo mucho más perfecto que lo de los Fariseos, o de los maestros de la Ley, ustedes no pueden entrar en el Reino de los Cielos. Ustedes han escuchado lo que se dijo a sus antepasados: «No matarás; el homicida tendrá que enfrentarse a un juicio.» Pero yo les digo: Si uno se enoja con su hermano, es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado ante el Tribunal Supremo; si lo ha tratado de renegado de la fe, merece ser arrojado al fuego del infierno. Por eso, si tú estás para presentar tu ofrenda en el altar, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y vete antes a hacer las paces con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda. Trata de llegar a un acuerdo con tu adversario mientras van todavía de camino al juicio. ¿O prefieres que te entregue al juez, y el juez a los guardias que te encerrarán en la cárcel? En verdad te digo: no saldrás de allí hasta que hayas pagado hasta el último centavo.
Jesús nos habla esta vez en forma muy clara, directo al corazón. No usa parábolas, no hace un largo relato. Nos habla como autoridad: nuestros hechos y obras deben nacer de una actitud, deseo e intencionalidad de nuestros corazones impregnados en la plenitud del amor fraterno, tratando así, de seguir el ejemplo del amor que Dios y su hijo, Jesús, han tenido y tienen con nosotros.
Nuestra sociedad, el medio en el cual nos desenvolvemos diariamente en la familia y en el trabajo, se ha ido impregnando de una cierta hipocresía para vivir -sin complejo alguno- en dos posturas: la interior, personal, que la sabemos muy bien y que generalmente tiene una solida base de amor, y otra, para el exterior, que es la que usamos para decidir y/o actuar bajo una motivación oportunista, egoísta, beneficiosa mirando solo nuestro beneficio, carente de hermandad. Aquello que no me afecta, lo ignoro, me es indiferente, es asunto de otros… Prima en esta segunda actitud el concepto del beneficio sobre la gratuidad. He ahí, entonces, una explicación del porqué nuestra sociedad y nuestro medio -en lo particular- está dividida en millares de mundos individuales en que el amor al prójimo brilla por su ausencia. Es algo del pasado, obsoleto, inaplicable… ¿Cómo puede haber amor, justicia, si no estamos en paz con los demás?
Los invito a revisar el día de mañana, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos en la noche, para revisar lo que hemos hecho en ese día y cuáles han sido nuestras actitudes y hechos cotejados con el mandamiento “Amaras al prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 39).
Recuerdo la actitud de un buen amigo años atrás, cuando le solicité ayuda para hacer regalos de Navidad en una población de extrema pobreza de mi ciudad. Sin pensar, inmediatamente me extendió un cheque por un elevado monto, y me comentó: creo que esto es más que suficiente para cumplir con Dios; – agregando, un prejuicio muy generalizado: “la culpa la tienen los padres que son flojos, sin educación ni espíritu de superación, viven acostumbrados siempre a pedir y no a trabajar”. Ciertamente, la actitud y pensamiento de mi amigo no es un caso aislado. Compraba “la paz” con dinero: impersonal, lejano, sin amor.
También, viene a mi memoria el recuerdo de la actitud de mi padre, profundamente cristiano y católico observante, que siendo casi un niño se alejó de su hogar del sur de Chile. Su madre falleció cuando tenía 3 años y mi abuelo se casó por segunda vez. Así empezó él a vivir en un nuevo hogar con madrasta y muchos medios hermanos que llegaron a continuación. Había amor en ese hogar, pero mi padre, siendo muy joven fue enviado a un internado, lejos de casa. Con la pena de sentirse solo, siendo un poco mayor emigró a la capital en donde terminó sus estudios, trabajando para ello e hizo su propia vida lejos de su hogar, cortando toda comunicación con su padre. Formó una nueva familia y hogar. No aceptó ni perdonó a su padre, mi abuelo. Pasaron los años y siendo yo aún un niño de 10 años, cambió su actitud y luego de 25 años viajó junto a mis hermanos y mi madre a la casa de su padre, mi abuelo y abuela. Le pidió perdón y fue un renacer para él, su padre, madrastra y medios hermanos. A nuestra llegada se celebró un gran almuerzo que duró todo el día en un ambiente de paz y mucha alegría. Ello ha quedado grabado para siempre como un tesoro del amor y el perdón. Si se ama, se perdona: no se trata de olvidar, sino de perdonar, volver a unirse como hermanos, como prójimos.
Cuantos hechos de vida y actitudes nuestras esconden graves faltas al amor enseñado por Jesús y que damos como resueltas con la oración y la liturgia. Pero, Jesús, en Mateo 7, 21 nos advierte certeramente: «No basta decir Señor, Señor, para entrar en el reino de los cielos, sino que hay que realizar la voluntad de mi Padre que está en los cielos».
Los seguidores de Jesús, debemos impregnarnos del amor que nuestro Dios-Padre y su hijo siempre nos han testimoniado, en donde no tiene cabida, el odio, la envidia, el rencor, la discriminación, la exclusión, la hostilidad, el egoísmo y la indiferencia. Los invito a hacer un alto y revisar nuestras actitudes y hechos en nuestro propio convivir cotidiano. ¿Podremos partir, pidiendo perdón a un familiar, a un amigo, a un compañero de estudio o trabajo? Ello, es un primer paso….
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