Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
20 Jun 11
Mateo 6, 19-23
¡Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón!
No junten tesoros y reservas aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido hacen estragos, y donde los ladrones rompen el muro y roban. Junten tesoros y reservas en el Cielo, donde no hay polilla ni óxido para hacer estragos, y donde no hay ladrones para romper el muro y robar. Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón. Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz; pero si tus ojos están malos, todo tu cuerpo estará en obscuridad. Y si la luz que hay en ti ha llegado a ser obscuridad, ¡cómo será de tenebrosa tu parte más obscura!
“No dependo de nadie. Soy libre. Lo que tengo es el fruto de mi trabajo. Ahorro e invierto en valores bursátiles de bajo riesgo y segura rentabilidad, complementado con la compra de bonos internacionales manejados desde “un paraíso tributario” que me reportan excelente utilidad que reinvierto en lo mismo. Mi seguro de salud y vida me dan la tranquilidad de vivir feliz” – me decía un joven y exitoso profesional un par de años atrás. Y, agregaba, -“no le debo nada a nadie, no soporto la pobreza de muchos que es fruto de su falta de disciplina y a veces flojera, esperando que otros le ayude. No es así como los países progresan. Nosotros somos un país subdesarrollado por el acostumbramiento al “asistencialismo” y “cultivo” de la flojera.
Ese pensamiento generalizado en el mundo de exitismo de los niveles profesionales actuales, carente de humanismo, de sensibilidad social, de indiferencia por la suerte de los demás y centrado su afán en un exagerado individualismo que se mueve en torno al poseer “riqueza” material como el tesoro más preciado, quedó grabado en mi corazón y fue una molesta piedrecita más en mi zapato. Me impactó, pues siendo ese joven un profesional católico que ya había formado una linda familia y en cuyo hogar se vivía una ejemplar vida cristiana, me acrecentó mi inquietud al comprobar que ello no era un caso aislado sino parte de un cambio de la cultura generacional que afectaba a un sector importante de hombres y mujeres de posición acomodada de edades que oscilan entre los 30 y 45 años aproximadamente. Lo que desgraciadamente se ha ido extendiendo hacia abajo de la escala social.
Es el fruto de un nuevo sistema de vida nacido en Latinoamérica a fines de los años 70 en que se enseña que “cada uno debe preocuparse solo por sí mismo”. Es la cultura del individualismo exacerbado, el endurecer “el corazón” (lugar donde se juzga y se toman decisiones) y entrecerrar “los ojos” (la conciencia) para llevar una doble vida: por un lado, un exitismo sin límites y mezquindad, y por otro, una religiosidad que por muy piadosa que sea, resulta ser tan ajena al deseo y espíritu de Jesús.
No hace mucho, me enteré que ese exitoso joven se había separado de su esposa, profesional también, que encontró otro “amor” más cercano a él y que un error al calificar los riesgos de sus inversiones, le había “arrebatado” la felicidad que creía tener asegurada. Es un mundo casi desquiciado, que adora el éxito personal, el “tener” y el “poseer” por sobre el “ser”. ¿Habrá tiempo de detenerlo?
Jesús nos invita a abrir nuestro corazón y ojos para centrar nuestra vida cotidiana en el amor, en el verdadero amor del desprendimiento, del ser solidarios, cercanos a los que están en nuestra vida, considerándolos nuestros hermanos y prójimos. Nos dice que Él nos ama y que no nos abandonará. Que no nos aferremos con mezquindad y ceguera a todo aquello que es pasajero, que nos aparta del camino a que Él nos invita: a vivir en comunidad.
Ser hombre es ser responsable. Y vivir en sociedad, implica sentir y actuar responsable y solidariamente conforme a los requerimientos de los demás, tal como yo necesito y deseo que me ayuden y complementen en mis carencias. “Los tesoros y riquezas” entendidos solo como algo propio y al beneficio exclusivo de uno mismo, nos aparta del camino de salvación y al encuentro con nuestro Dios-Padre. Pensemos que ese tesoro que podamos tener y colocar en él nuestro afán y corazón, es una acumulación de bienes que faltan a otros. Se tendrá un tesoro pero probablemente será como una fina escultura de sal que el agua disolverá, o sea, ¡nada! El filósofo alemán Arturo Shopenhawer (1788-1860) decía: «La riqueza es como el agua salada, cuanto más se bebe, más sed produce».
En esta enseñanza de Jesús, está una de las claves para ser felices. En vez de aferrarnos a la ambición de “poseer” sin medida; de afanarnos por metas que implican derrotar o quitar a otros lo que poseen y necesitan; a anteponer lo material, lo que no está en nuestras manos “de por vida” y que es temporal, Jesús va a lo que es la esencia de la vida: el amor, en un dar y recibir, y muchas veces, sin esperar la reciprocidad.
Aristóteles (384-322 a. de C) afirmaba: «La felicidad no debe tener necesidad de otra cosa; debe bastarse a sí misma por completo».
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