Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
21 Jun 10
Mateo 7, 1-5
Sácate primero la viga del ojo
“No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes. Pues Dios les juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros; y con la misma medida con que ustedes midan, Dios les medirá a ustedes. ¿Por qué te pones a mirar la paja que tiene tu hermano en el ojo, y no te fijas en la viga que tú tienes en el tuyo? Y si tú tienes una viga en tu propio ojo, ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la paja que tienes en el ojo”? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la paja que tiene tu hermano en el suyo”.
Reflexionaremos sobre este texto a la luz del AMOR infinito de nuestro Dios. Debemos ver las múltiples vigas que, a lo largo de la historia, nos han cegado como Iglesia-institución e impidieron que la iglesia de Cristo fuera realmente la sal de la tierra y la luz del mundo. ¿Y nosotros, como cristianas/os, qué hicimos para que nuestra Iglesia sea diferente?
En primer lugar, reflexionaremos sobre los errores y fallas de nuestra Iglesia (y de nosotros como sus miembros) desde su “institucionalización civil” al identificarse con el Imperio romano en el siglo IV. Esto nos llevó a adoptar actitudes imperiales, con una estructura jerárquica imperial, en la cual el emperador es el todopoderoso (que decide lo que es bueno y lo que es malo); nos llevó a buscar más poder y más riquezas, olvidando que Cristo ha expulsado a los vendedores del templo y que no podemos servir a dos amos a la vez: a Dios y al dinero; nos llevó a la venta de indulgencias, una de las causas de una profunda división en la Iglesia. Hemos vuelto a pecar con la Inquisición que, como en las peores dictaduras, asesinó a miles de personas por sólo pensar diferente y con más saña contra las mujeres que osaban opinar tildándolas de brujas o poseídas. Reconozcamos los manejos financieros turbios y, en años más recientes, el rechazo de hecho a las conclusiones del Concilio Vaticano II y la condena a la Teología de la Liberación que era y es un instrumento importante para servir a los pobres y marginados. A esto se añaden los escándalos de pedofilia al interior de la Iglesia que son momentos de reflexión y purificación. Por todas estas faltas eclesiales y muchas otras, Señor, te pedimos perdón.
¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo.
Sin embargo, echar la culpa a la “institución” es demasiado fácil y Cristo tiene razón de gritarnos que somos hipócritas: ¿Qué hemos hecho, cada una y cada uno de nosotros, para que nuestra Iglesia sea diferente? ¿Nos hemos contentado con deplorar la actuación de la jerarquía, mirando desde fuera como si lo que ocurría era “su” problema y no el “nuestro”? Hemos visto los templos vaciarse, las vocaciones disminuir, amigas y amigos y familiares alejarse, no de Dios, sino de esta estructura eclesiástica y jerárquica que no les dice nada.
Y ¿qué hemos hecho? Nada o muy poco. Varios nos hemos alejado por un tiempo, o varios años, de esta Iglesia que nos parecía poco evangélica y estancada en el pasado pre-conciliar, en lugar de aportar y luchar, desde dentro, para una vuelta más radical al Evangelio del AMOR, de la MISERICODIA y del perdón incondicional como lo hace Jesús. Esto incluye, entre otras luchas, el acceso tanto de mujeres como de hombres casados al sacerdocio, y el acceso a la Eucaristía para las y los divorciados.
Como laicas y laicos comprometidos, tenemos que exigir ser escuchados, apoyar las líneas pastorales participativas como son las Comunidades Eclesiales de Base (CBE), luchar para que los diferentes carismas sean respetados (Rom 12, 4-8): ¿Cuantas y cuantos laicos podrían hacer homilías más adaptadas, con mensajes que llegan al corazón? ¿Cuantas mujeres y hombres, casados o no, podrían oficiar de ministros de la Eucaristía, sin aprisionarles en una estructura de aislamiento pensada para los siglos pasados?
Es obligación nuestra construir esta “nueva” Iglesia (Iglesia renovada) con el Espíritu y dentro del espíritu del Evangelio, del Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación que, recién con 40 años de atraso, fue finalmente reconocida en Aparecida.
Este Evangelio le ha dado oportunidad a nuestro colaborador Diego, desde Bolivia, para introducirnos en una temática que no sólo es el mundo católico, sino también es el mundo entero el que está presenciando –algunos con una alta inquietud y preocupación, otros con pasiva indiferencia y/o ceguera- las serias dificultades por la que está atravesando nuestra querida Iglesia. Hoy, hoy en día, desde diferentes formas de ver, interpretar y juzgar la situación, que yo la califico como “crisis”, creo que debemos abrir nuestros ojos, ajustar la visión y hacer uso de la razón, ese único y maravilloso don que Dios nos dio de modo de tomar conciencia del hecho y tomar por una opción.
Con los avances de las comunicaciones en un mundo globalizado, en que no se puede tapar el sol desde la tierra con una sola mano “divina” –que no existe, salvo una obediencia ciega de miedos y temores que corresponden a una cultura generacional del pasado- para ocultar, desoír, acallar, demorar, tramitar, desviar la verdad y enclaustrar a la razón en base a una fe “ciega” en temas que no son dogma ni obras ni deseos de Dios, nuestra Iglesia se está apartando de sus raíces, esto es, ser la luz y la sal del mundo, que es el pueblo de Dios, en que todos somos hermanos, todos formamos parte de la Iglesia, no hay hombres ni mujeres superiores, todos somos Iglesia. Nuestra Iglesia es cristocéntrica y por ello, siempre ante cualquier duda debemos volver a Él. ¿Cómo? En el nuevo Testamento está todo dicho.
Felicito a Diego por haberse atrevido a decir y reconocer por escrito y en un espacio abierto de Internet de una comunidad católica de laicos, nuestra dosis de responsabilidad de falta de posición y acción en lo que está aconteciendo en nuestra Iglesia. Usa palabras de Jesús, para decir: ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo.
Para los que no saben el significado de la palabra “laico” debo decir que proviene latín laicus, que identifica a la persona que no es clérigo, y ésta viene del griego laikos, perteneciente al pueblo, de laos, pueblo. Por tanto, nosotros los laicos somos pueblo y en una modernidad que viene desde hace doscientos años y en el caso de los griegos, miles de años, en toda comunidad de personas su dirección debe estar en manos de hombres y mujeres sin diferencia de género bajo el concepto de democracia. Es decir un sistema en que el pueblo ejerce la soberanía, designando y controlando a sus gobernantes, a quienes elige libremente para periodos de tiempo determinados. La palabra [[Grecia|grñhkil «democracia» («el gobierno del pueblo») fue inventada por los atenienses para definir un sistema de gobierno de la ciudad en el cual las decisiones eran tomadas por la asamblea de ciudadanos y no por un rey o emperador como en otras ciudades o imperios de la antigüedad.
Nuestro amigo Diego nos ha abierta una puerta en el Castillo…. ¿Qué esperamos los laicos? ¿Podemos entrar y participar? o seguirnos como siervos dominados por el miedo y los castigos del infierno. ¿Qué nos dirá el Señor? ¿Qué opina usted?