Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
08 Dic 18
Mateo 8, 5-11
Jesús salva al sirviente del capitán
Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: `Vete’, y va; y a otro: `Ven’, y viene; y a mi siervo: `Haz esto’, y lo hace.» Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos.
Esta lectura nos habla que el milagro que se presenta no es lo que se percibe a primera vista, no es que el Señor haya sanado al enfermo del centurión, así a la distancia, accediendo al pedido de su amo, recurriendo a esa frase tan usada “Señor yo no soy digno que entres en mi casa, sólo una palabra basta para que quede sano. Pero, resulta que lo más importante no fue que el centurión haya encontrado a Jesús, sino que Jesús haya hallado al centurión. Estoy seguro de que ninguno de nosotros podría, ni siquiera imaginarse que más que nosotros busquemos a Jesús, es el quien nos busca a nosotros. Y, claro, El nos quiere con El.
Siempre he pensado en la importancia que tiene para nosotros la fe, ya que gracias a ella podemos vivir en el presente, trazar nuestro futuro, sabiendo que contamos con ella. Pienso lo terrible que debe ser vivir sin fe. Caminar por la vida sin esa brújula que guía nuestro camino, que es la fe y nos conduce a ese destino cierto y seguro que en nuestro Señor Jesucristo.
En la antigüedad Roma había organizado sus legiones alrededor de mundo dividiéndolas en centurias. Una centuria no era más que una división que constaba de cien soldados los cuales estaban a cargo de un oficial conocido como el centurión. Generalmente, estos centuriones procedían de una familia romana pudiente y educada. En la Biblia encontramos a varios de estos centuriones a parte de éste.
En primer lugar, el centurión estaba diciendo que tanto era el poder que Jesús tenia, y tanto era su fe en Él, que Jesús no necesitaba ir hasta su casa y tocar al enfermo para que este sanara. En segundo lugar, el reconoció el señorío que Jesús tenía sobre este mundo. El centurión que tenía autoridad sobre cien soldados conocía el poder de solamente ordenar y que los demás hagan. De igual forma reconoció que Jesús tenía la autoridad sobre este universo, y cualquier orden que Él dijese, se cumpliría ya que no hay otra autoridad mayor que la suya. Finalmente, en sus palabras vemos el gran alcance de su fe. El centurión no estaba pidiendo un favor para sí mismo. La fe no estaba en el siervo que estaba paralitico, la fe estaba en el centurión que creía que esta era suficiente para que Jesús sanase al criado. Ciertamente la fe de una persona puede ser tan grande que a través de ella otras personas pueden recibir la misericordia de Dios, tal y como se muestra en este relato bíblico.
Ahora quisiera que nos preguntáramos ¿cuán limpia está nuestra casa para que el Señor de haga presente en ella?
Examinémonos y consideremos las acciones que hemos hecho con relación a nuestros hermanos, considerando que lo que se nos pide es amor al prójimo.
La fe no es algo que forma parte de nosotros. Para tenerla hay que buscarla y al encontrarla, conservarla y acrecentarla.
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