Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
04 Jun 12
Mc. 12, 35-37
«¿Cómo dicen que el Mesías es Hijo de David?»
En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: «¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, inspirado por el Espíritu Santo, dice: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies.» Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?» La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo.
“Dijo el Señor a mi Señor”, Jesús, recurre a estas palabras de David; quien alumbrado por el Espíritu Santo, dijo que el Mesías no sería su hijo, sino el hijo de Dios (naturaleza divina); para cuestionar las palabras de los maestros de la Ley, quienes afirmaban que el Cristo sería hijo de David (ascendencia humana).
Jesús nos enseña aquí dos inexorables verdades, la primera es, que Él es el verdadero hijo de Dios y la segunda es, que cuando el Mesías es anunciado ya desde el tiempo de los profetas, estos eran visitados por el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios, quien ha estado presente y se ha manifestado siempre, desde los comienzos de la historia, en el pueblo de Dios.
En la magnífica creación del Padre, de la cual somos parte, fuimos creados a su imagen y semejanza, entonces, tenemos la tendencia a creer por este hecho, que Dios tendría una figura humana (como la pintada por Miguel Ángel en la “Creación” de la Capilla Sixtina), sin embargo es lógico pensar también, que una de las más importantes semejanzas del hombre a Dios, es que fuimos dotados de un espíritu. Es este espíritu, el que proporciona al hombre el sentido real de su existencia. Desde el comienzo de los tiempos hemos sido tocado por el Espíritu de Dios, la cuestión es, cuantas veces le oímos, cuantas veces le permitimos que se albergue en nuestras almas, y actuamos de acuerdo a lo que Él quiere de nosotros sin poner nuestras demandas humanas en primer lugar; actuar sin escuchar la Palabra trasmitida a nosotros a través de Jesús, es la tónica que muchas personas a veces adoptamos en la vida cotidiana. No le acogemos.
La oración, la reflexión profunda, comunican nuestro espíritu con el Espíritu del Padre, y permiten desarrollar nuestra espiritualidad individual bajo el amparo de la luz de Dios.
La espiritualidad del hombre cimentada en la Verdad del Padre es lo imperecedero, todo lo demás es caduco, su desarrollo no tiene límites, a través de ella tomamos conciencia de la vida eterna; nos libera de lo concreto que nos proporciona el vivir mundano; nos hace libres, porque nadie, ni la más severa ley puede invadirla o someterla; nos da además la paz y la lucidez para enfrentar el día a día. Dios quiere de nosotros, que fundemos nuestra individualidad espiritual en Él, y en el Amor.
El Señor, nos puso en este mundo no solo para sufrir, sino para gozar a través de nuestro espíritu, del regalo divino del Amor, el que sólo percibiremos en la medida que nos convenzamos de la importancia del espíritu en la integridad del ser humano; sólo así se nos presentará el camino a la gloria, en el regazo del Padre.
Las religiones en general, incluyendo la nuestra, han tendido a dictaminar y promover doctrinas rígidas, cayendo muchas veces en la severidad y el castigo, mientras que el desarrollo espiritual nos proporciona la capacidad de amar, nos libera del “sin sentido”, y nos permite ir al encuentro del Espíritu de Dios para una “alianza de vida”.
Cierto es que la difícil contingencia que nos toca vivir hoy, abrumados por demandas impuestas socialmente, nos van dejando cada vez menos tiempo para regalarle a nuestro espíritu, el fresco aire de la reflexión con el cual se nutre; y lo que es peor, no le damos espacio a la visita del “Espíritu Santo”, sumiéndonos muchas veces en la tristeza y desesperanza.
El fin de la espiritualidad humana es aceptar el Espíritu Santo en nuestras vidas, para lograr fundirse en Él, más allá de la muerte y formar parte de la inmensidad que es el mismo Dios.
Es imposible crecer en la fe, si no se desarrolla la espiritualidad.
Del propio David son estas palabras proféticas: “Dijo el Señor a mi Señor”, él llamó al Cristo “su Señor”, él fue iluminado con esta verdad por el Espíritu Santo. Esto enseñó Jesús, entonces, permitamos también, al igual que David, que nuestro espíritu sea alumbrado por el espíritu del “Amor”, por el espíritu de la “Verdad”, por el espíritu de la” Bondad”, es decir, alojemos en nuestras almas el “Espíritu de Dios”, para reconocer al Mesías en la persona de Jesús, en todos los días de todos los tiempos.
No sé como empezaron a llegarme estas reflexiones a mi correo , pero la verdad es que me encanta y las espero. Sin duda es el Espíritu de Dios, a quien en verdad escucho muy poco, porque siempre estoy con mis propios cuentos y demandas como dice la reflexión. Las palabras de Verónica me han abierto los ojos y ojalá que tambien el corazón para experimentar un cambio aunque sea pequeñito de salir de mi ombligismo. Bendito seas Señor por tu bondad y delicadeza de permanecer en nosotros de tantas maneras, gracias,
Alicia Silva, Santiago de Chile
Es cierto que a veces dejamos de lado el espíritu por banalidades y exigencias de nuestra sociedad actual, en cambio el espíritu no nos abandona a nosotros. A veces, nos sentimos sobrepasados por nuestras responsabilidades y tareas, tendemos en estos momentos a orar y recurrir a la fé, cuando deberíamos en cada momento sentir la presencia de Dios con nosotros. Por eso si cada día nos dejásemos caer en las manos de Dios, dejándolo que encamine nuestra vida, sin esperar nada a cambio, podríamos llenar nuestro cuerpo de espíritu santo, que nos guíe hacia el encuentro con el padre, dejando de lado las superficialidades y materialismo.
Creo que el comentario es hermoso y nos orienta hacia la fe y el amor de Dios, que nos hace falta para hacer frente a cada día, con un mensaje esperanzador que nos muestra que Jesús sigue presente a traves del tiempo mediante la sabiduría de sus palabras.
Muchas gracias, Verónica por tu incorporación al equipo de laicos que trabajamos en la difusión de la palabra de nuestro Señor bajo una asociación al acontecer en los tiempos actuales.
Muy clarificadora tu reflexión contiene valiosas orientaciones. De ellas, deseo destacar la siguiente: «El Señor, nos puso en este mundo no solo para sufrir, sino para gozar a través de nuestro espíritu, del regalo divino del Amor, el que sólo percibiremos en la medida que nos convenzamos de la importancia del espíritu en la integridad del ser humano; sólo así se nos presentará el camino a la gloria, en el regazo del Padre».
Me ha encantado la reflexión de Verónica. Es un gran aporte al equipo que prepara y emite estas cartillas del evangelio bajo una mirada de laicos y encarnada en el mundo real. Dentro de lo que Verónica dice, hay una gran verdad: Las religiones en general, incluyendo la nuestra, han tendido a dictaminar y promover doctrinas rígidas, cayendo muchas veces en la severidad y el castigo. Esa fue precisamente la errónea enseñanza que recibí en mi juventud y por la cual me alejé de la Iglesia. Yo sigo siendo cristiana y católica, pero sin una Iglesia amorosa, abierta, que acoge. Por esa razón mis hijos se han alejado de la Iglesia y tanta juventud. Cristo es amor y no necesitamos tantas normas rígidas, moralista, muchas veces, plenas de hipocresía.
Al igual que en algunos de sus comentarios, mi naturaleza un tanto rebelde, me hizo cuestionar las enseñanzas tradicionales de la Iglesia y del Colegio Católico en que fui criada; y aunque mi abuela materna me hablaba del amoroso Jesús y me enseñó a rezar cuando yo era muy niña, después, de adulta, me causaba gracia que ella persistiera en esas ideas, un tanto “ingenuas”, cuando el mundo se me mostraba agresivo, violento e injusto; todo me parecía absurdo e incongruente. Más, es Dios mismo quien ordena las cosas y las pone en su lugar, pero a todos nos muestra como llegar a Él, las maneras son extrañas, insospechadas, a veces irreconocibles, pero Él va al encuentro de cada persona, impregnándolas del Amor verdadero, el que reconforta la vida entera y le da sentido (el Espíritu Santo se manifiesta siempre). ¿Se imaginan vivir la vida cotidiana, alegrías, sufrimientos, salud, enfermedades, problemas económicos, problemas laborales, tristezas profundas, miedos, incertidumbres, sin Dios?; sin la esperanza, sin fe, sin la promesa del Amor divino y eterno, ¿Cuál sería entonces el sentido de la vida?
La felicidad verdadera está en la plenitud eterna en Dios, no importa cuántas murallas se interpongan en su encuentro, la idea es encontrarlo, acogerlo y permanecer en Él.