Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
11 Feb 17
Mc. 8, 34 – 9, 1
“El que pierda su vida por mí, y por el Evangelio la salvara”,
Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» Les decía también: «Yo os aseguro que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.»
Lo más preciado que tenemos es nuestra vida, es algo por lo que estamos dispuestos a todo. Quizá por eso las palabras de Jesús nos impactan tanto, pues nos exige un comportamiento lejano a nuestro más básico instinto: sobrevivir. Sorprende que toda la vida que conocemos tiene la característica de la sobrevivencia como lo más fundamental, casi podríamos decir que si perdemos el impulso de sobrevivir, dejamos de ser “naturales”. La vida en todas sus formas, en la magnífica diversidad del Reino de las Bacterias, de los 3 Reinos Botánicos (Plantas, Algas, Hongos), y del Reino Animal tiene un impuso natural por sobrevivir… es lo más básico y natural que todos los seres vivos lo hacemos constantemente. Entonces, ¿qué significado tendrá «perder» la vida por Jesús? ¿Qué clase de condición es la que tenemos que cumplir para salvar nuestra vida? Parece una paradoja que sea precisamente Él quien aparentemente nos pide «morir» para tener vida.
La Palabra nos lleva a reflexionar entonces sobre el sentido profundo de nuestra existencia, que pensemos, sintamos y actuemos de acuerdo a un propósito superior que la sobrevivencia. Pues perder nuestra vida por Jesús y por los Evangelios debe significar algo, no puede ser sencillamente morir. Entonces, nuestra vida tendrá sentido cuando la motivación de vivirla sean los valores que nos distinguen como cristianos, basados en el amor al prójimo y en seguir el camino que Jesús nos enseñó. Por esto, llevar nuestra cruz no debe entenderse como un sufrimiento, sino como una entrega, en la que actuamos como lo hacemos, no para pagar por nuestra salvación, sino para mostrar en nuestro andar la gloria de Dios y agradecer las bendiciones que recibimos.
En este pasaje del Evangelio, las palabras de Jesús no deben ser tomadas como un castigo en el cual la cruz nos doblegue hasta hacernos caer, hasta quedar sin aliento. Más bien la cruz que decidimos llevar debe ser aquella que muestra el amor de Dios y hace que nosotros vivamos de manera consecuente entre lo que creemos y lo que hacemos. Ese es el camino a seguir.
Cuando estas palabras nos llegan al corazón, estamos dispuestos a dejar nuestra vida pasada, en el sentido de cómo lo hacíamos al estar alejados de La Palabra, y a vivir de una manera diferente, plena de satisfacción porque Dios bendice nuestros pasos y nos muestra el camino a recorrer. Dejar entonces la vida, según nos exige Jesús, no tiene nada que ver con morir, pues Dios en su infinito amor quiere que vivamos, y vivamos en abundancia. Pero lo que significa dejar una vida pasada se refiere por sobre todo a ya no pensar ni creer que por nuestros sacrificios (la cruz) vayamos a merecer ser salvos y ser parte del Reino. No. Lo que significa dejar una vida pasada, tomar nuestra cruz y seguir a Jesús, es sobre todo aceptar que nuestra salvación será por la misericordia de Dios, y que entendiendo y aceptando esto, es que nuestro comportamiento será diferente a aquél que teníamos. Me refiero sobre todo a la lógica mundana de «pagar» por «recibir algo». La verdadera cruz que debemos llevar es la alegría de ser hijos de Dios, salvos por su misericordia y entusiastas apóstoles capaces de dar la buena nueva a todo el mundo.
Seamos entonces valientes en nuestra fe, abracemos felices la cruz del amor de Dios y caminemos junto a Jesús dejando atrás una creencia según la cual debemos sufrir y pagar para merecer la salvación. Visto así, este pasaje del Evangelio se ve diferente, lleno de esperanza y sobre todo sin temor en nuestro caminar, con la esperanza de que el Reino de Dios está cerca.
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