Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
22 Jul 17
Mt 13, 18-23
El que escucha la palabra, ése dará fruto
“Escuchen ahora la parábola del sembrador: Cuando uno oye la palabra del Reino y no la interioriza, viene el Maligno y le arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Ahí tienen lo que cayó a lo largo del camino. La semilla que cayó en terreno pedregoso, es aquel que oye la Palabra y en seguida la recibe con alegría. En él, sin embargo, no hay raíces, y no dura más que una temporada. Apenas sobreviene alguna contrariedad o persecución por causa de la Palabra, inmediatamente se viene abajo. La semilla que cayó entre cardos, es aquel que oye la Palabra, pero luego las preocupaciones de esta vida y los encantos de las riquezas ahogan esta palabra, y al final no produce fruto. La semilla que cayó en tierra buena, es aquel que oye la Palabra y la comprende. Este ciertamente dará fruto y producirá cien, sesenta o treinta veces más.»»
Otra parábola muy conocida, repetida y reflexionada. ¿qué más le podemos sacar a ella, entonces? Pues, pensando hacia atrás, aquí nada más se me vienen recuerdos de la vieja memoria, recuerdos de cuando yo era chiquitín pasando vacaciones en la finquita que tenía la familia… Todos los primos iban a veranear, corretear, pasear y a tirarse al río para gozar y este tontito mayormente quería trabajar la tierra. Con picota y pala todas las mañanas se ponía a remover un pedacito de terreno duro y lleno de piedras que había conseguido entre los espinales. Remueve y remueve, bota las piedras y ponle abono, carretillas de guano encima y revuelve y prepara surcos para plantar juncos… Juncos que él apenas vio crecer, pero nunca florecer… mientras que al lado, su mami plantaba gladiolos, con algo de ayuda por cierto, y le florecían maravillosamente…
¿Qué pasaría con el niño? Por más esfuerzo en preparar el terreno, no florecía. No le faltaba entusiasmo ni entrega, sacaba las piedras y preparaba la tierra, pero nada. O tal vez ¿se encerraba en sí mismo y no pedía consejos o no oía cómo se debía preparar el terreno? O ¿no eran las semillas, las papas de junco, las adecuadas? ¿Tal vez debía asesorarse, con algún especialista, o con alguien de “más arriba”? ¡Por algo le iba mejor a la mamá!
El terreno tiene que ser el adecuado o prepararse con conocimiento de causa. La semilla también debe ser la correcta y nosotros preparar bien la tierra y saber escoger la semilla. Como apóstoles, podemos ser los sembradores, conociendo bien, qué es lo que debemos sembrar –esto requiere, estudio, meditación y oración– o podemos ser el terreno que recibe el mensaje sembrado y ahí sí, entonces, debemos tratar de ser el mejor terreno posible, lo que también requiere conocimiento y práctica para convertirnos en terreno fértil al recibir la semilla.
Tal vez esto requiere un esfuerzo especial y una preparación especial que aquel niñito, por más entusiasmo que tenga no había logrado encarnar.
Ahora ya algo más pensante en la vida, creo que nos toca esa preparación, mantener los oídos y ojos bien abiertos, buscar asesoría, meditar y conocer la palabra que queremos recibir o sembrar y así hacer la voluntad del Señor. Desde luego también, enseñar practicando personalmente y con esfuerzo máximo la palabra que nos lleve a colaborar en la construcción del Reino que estamos llamados a vivir aquí en esta tierra.
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