Una invitación semanal a darse un espacio para leer un trozo del evangelio y compartir una reflexión sencilla a partir de nuestras experiencias de la vida diaria.
Caminando Juntos
Cartillas de Reflexión
Un espacio abierto e interactivo, que pretende enriquecer a un número creciente de personas, especialmente quienes buscan respuestas para sus inquietudes espirituales.
25 Ago 18
Mt. 23, 1-2
No hacen lo que dicen
Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.
Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.
Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.
Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame «Rabbí».
«Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «Rabbí», porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos.
Ni llaméis a nadie «Padre» vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.
Ni tampoco os dejéis llamar «Directores», porque uno solo es vuestro Director: el Cristo.
El mayor entre vosotros será vuestro servidor.
Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
Las primeras comunidades cristianas, se formaron principalmente por judíos que creyeron en Jesús como el mesías que esperaban, el hijo de Dios. Luego, ante la fascinación de su “Palabra” depositaron su fe en él. Hombres y mujeres primeramente en Jerusalén, se fueron reuniendo para participar de la “buena noticia”; en sus casas, secreta y modestamente.
En lo personal, suelo imaginar la calidez y acogida de esas colectividades; oyendo hablar a los apóstoles, alumbrados por una tenue luz emanada de una lámpara de aceite, con el miedo latente a sus persecutores; ancianos, jóvenes y niños, testigos cercanos a la vida de Jesús en la tierra, con la pasión y el fervor que provoca la fe. Compartiendo sus bienes y alrededor de una mesa, el pan y la oración.
En el origen del cristianismo en donde la “Comunión”, que significa “común unión”, era el sistema de convivencia; en el cual todos se consideran hermanos, dado el amor fraterno y la participación del pan alrededor de una mesa sencilla en el nombre de Cristo.
En ese entonces, ahora y siempre, ser cristiano es seguir a Cristo, vivir su mismo estilo de vida, imitarlo, coexistir con los mismos valores, y predicarlos con ejemplo, con generosidad y sin discriminación. Construir a partir de las vivencias individuales una mejor humanidad, la misma en la que Jesús confió, la que tanto ama y amó y por la cual entregó su vida.
En esta parte el Evangelio de Mateo dice: “No se dejen llamar Maestro, porque un sólo Maestro tienen ustedes y todos ustedes son hermanos. Tampoco deben decirle Padre a nadie en la tierra, porque un sólo Padre tienen: el que está en el Cielo”, agrega “Que el más grande de ustedes se haga servidor de los demás”. Patrones morales que Cristo nos entrega a través de su palabra, y que son fielmente seguidos en la Iglesia primitiva, a la que yo llamo hoy “Iglesia bonita”.
Entonces me pregunto ¿cuánto de esta “Iglesia bonita” tenemos hoy en la actual?
Desgraciadamente estamos viviendo la tristeza de una Iglesia sufriente, por el abuso de parte de ella contra sus propios hermanos, una Iglesia en que se santifican personalidades sicopáticas, una Iglesia silente ante el dolor de víctimas de su jerarquía; una Iglesia un tanto soberbia, que se aleja de la palabra amorosa de Jesús, de la sencillez y de la humildad.
Pero también late en el anhelo de todo cristiano de hoy, la necesidad de una Iglesia austera pero fuerte y apasionada en la defensa de la paz y el amor. Una Iglesia compasiva y misericordiosa, que vea a todos los seres humanos como hermanos, sin exclusión; dejando atrás la Iglesia que ha visto tantas veces a la mujer como la portadora intrínseca del pecado, pero que Cristo dignificó como parte de la humanidad, hijas del mismo Padre y participante de la misma Comunión.
¿Esperanza? ¡Por supuesto! Jesús confió en nuestra humanidad y en ella creó su Iglesia, una Iglesia inclusiva, acogedora, fraterna y amorosa. ¡Una Iglesia bonita! Que creo resurgirá de las cenizas una vez que el fuego abrazador de la justicia limpie las alas rotas, que volverán a volar por la inmensidad de los tiempos, en los aires del Amor Infinito.
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